En vísperas de un nuevo 12 de octubre, ocasión en la que se celebra el Día de la Raza en honor de la unión que desde 1492 se estableció entre el continente americano y la Madre Patria, queríamos compartir con nuestros lectores unos conceptos vertidos por el dirigente hispanista y católico José Antonio Primo de Rivera donde defenestra, con implacable claridad, la mentirosa tríada de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" en la que se basa la degenerada y subversiva Revolución Francesa.
Dichos conceptos son extraídos de una nota publicada en el periódico falangista "El Fascio", N°1, del 16 de marzo de 1933. Un material olvidado, por ende, tergiversado, que sin embargo, aquí y ahora, queremos vuelva a tenerse en cuenta. De uno de los últimos grandes defensores de los valores trascendentales de la España católica, de cara a un nuevo 12 de Octubre:
"LIBERTAD. IGUALDAD. FRATERNIDAD.
El Estado liberal -el Estado sin fe, encogido de hombros- escribió en el frontispicio de su templo tres bellas palabras: "Libertad, Igualdad, Fraternidad." Pero bajo su signo no florece ninguna de las tres.
La Libertad no puede vivir sin el amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la callar. Las minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo los tiranos medievales quedaba a las víctimas el consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría oprimir; pero los materialmente oprimidos no dejaban por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las cabezas de tiranos y súbditos estaban escritas palabras eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el Estado democrático, no; la Ley -no el Estado, sino la Ley, voluntad presunta de los más- "tiene siempre razón". Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado de díscolo peligroso si moteja de injusta a la Ley. Ni esa libertad le queda.
Por eso ha tachado Duguit de "error nefasto" la creencia de que un pueblo ha conquistado su libertad el día mismo en que proclama el dogma de soberanía nacional y acepta la universalidad del sufragio. ¡Cuidado -dice- con sustituir el absolutismo democrático! Hay que tomar contra el despotismo de las asambleas populares precauciones más enérgicas quizá que las establecidas contra el despotismo de los reyes. "Una cosa injusta sigue siéndolo aunque sea ordenada por el pueblo y sus representantes igual que hubiera sido ordenada por un príncipe. Con el dogma de la soberanía popular hay demasiada inclinación a olvidarlo."
Así concluye la Libertad bajo el imperio de las mayorías y la Igualdad. Por de pronto, no hay igualdad entre el partido dominante que legisla a su gusto y el resto de los ciudadanos que lo soportan. Más todavía, produce el Estado liberal una desigualdad más profunda: la económica. Puestos, teóricamente, el obrero y el capitalista en la misma situación de libertad para contratar el trabajo, el obrero acaba por ser esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a aquél a aceptar por la fuerza unas condiciones de trabajo; pero él sitia por hambre; le brinda unas ofertas que en teoría el obrero es libre de rechazar; pero si las rechaza no come, y al cabo tiene que aceptarlas. Para defensa de los oprimidos por la tiranía económica de los poderosos hubo de ponerse en movimiento algo tan antiliberal como es el socialismo.
Y, por último, se rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema democrático funciona sobre el régimen de las mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él, ganar la mayoría a toda costa. Cualesquiera armas son lícitas para el propósito; si con ello se logra arrancar unos votos al adversario, bien está difamar de mala fe sus palabras. Para que haya minoría y mayoría tiene que haber por necesidad "división". Para disgregar al partido contrario tiene que haber por necesidad "odio". División y odio son incompatibles con la Fraternidad. Y así los miembros de un mismo pueblo dejan de sentirse de un todo superior, de una alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio solar se convierte en mero campo de lucha, donde procuran desplazarse dos -o muchos- bandos contendientes, cada uno de los cuales recibe la consigna de una voz sectaria, mientras la voz entrañable de la tierra común, que debiera hermanarlos a todos, parece haber enmudecido".
1 comentario:
Es curioso, cuando comenzaba a ilusionarme con la "agrupación Aurora", luego de descubrir con regocijo que abraza los valores primeros de la patria justicialista, encuentro esta apología del 12 de octubre, día que dio por no tanta casualidad al imperio español el dominio de tierras que fueron todo menos bien administradas. Sepan, "Aurora", que lo que menos perseguirían los intereses de las colonias de todas épocas es forjar el espíritu nacional de la tierra que dominan.
Sean Cristianos, no "católicos". Bajo ideales de una antinatural sumisión a eso que los poderes les han forjado como Dios, no hacen mas que diluir el ser nacional, con el que tanto se ha llenado las fauces la casta entreguista de nuestros militares del siglo XX, salvo por la maravillosa y eterna excepción del General Juan Perón.
No somos españoles, es sólo nuestra madre patria, de la cual para ser nación debemos despegarnos, como ocurre en la naturaleza, y acercarnos a la construcción de nuestros valores nacionales. Tampoco bajo el catolicismo español se ha construído el verdadero significado de la igualdad y la fraternidad.
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