Que el grito de Mayo de 1810 fue impopular en el momento mismo de su estallido, lo demuestran las crónicas históricas que versan acerca de la desconfianza de los paisanos del interior al ver llegar las tropas de Buenos Aires con los ideales jacobinos y extraños de los miembros de la Primera Junta. Esto no debe llamar a engaños: durante todo 1810 y hasta los primeros meses del año siguiente, la que predominó fue la postura jacobinista entre los integrantes del primer gobierno criollo. Otro cantar fue la famosa "Revolución de los Orilleros" que, entre el 5 y 6 de abril de 1811, determinó el final de Mariano Moreno en la toma de decisiones dentro de la Junta.
En su excelentemente documentado libro "La Masonería en la Argentina y en el Mundo", el religioso Aníbal Röttjer expresa la actitud de los criollos del interior ante los ejércitos porteños que, a sangre y fuego, impusieron los ideales de Mayo de 1810: "Castelli, cumpliendo órdenes del gobierno morenista, continuaba su persecución en el Norte, aun en lo religioso-tradicional; originando, por tales motivos, enconadas resistencias que anularon las victorias de las armas patriotas, hasta desembocar en el desastre de Huaqui del 20 de junio de 1811. Antes de la batalla, algunos oficiales se atrevieron a blasfemar diciendo: "Venceremos contra la voluntad misma de Dios".
"En el Alto Perú se declaró entonces la guerra santa contra los "corrompidos, ateos y herejes" insurgentes de Buenos Aires, capitaneados por el libertino Castelli y el furibundo jacobino Bernardo de Monteagudo. (...)
"Y llegó a tal extremo el encono que, según escribe el general Gregorio de Lamadrid en sus "Memorias", los soldados del Norte decían: "Cristiano soy y líbreme Dios de ser porteño"".
Nada nos dice el que se hayan plegado diversas provincias del interior a las ideas de Mayo de 1810 si tenemos en cuenta el retroceso que tal adopción conllevó a sus respectivas industrias, comercios, etc. Al no poder penetrar por medio de las armas en el Río de la Plata, Inglaterra, desde 1806/1807, comenzó a posicionar a sus hombres de logia en los resortes financiero-económicos del Virreinato; mientras tanto desplegaba a sus expertos espías, tal el caso de Ana Perichón, la amante francesa de Santiago de Liniers y Bremond. Hay muy precisa documentación que da cuenta del despilfarro de las arcas públicas que Liniers ocasionó y promovió al poner a familiares y amigos de "La Perichona" en diversas funciones administrativas. Los oficios de Ana Perichón hicieron posible la fuga del general William Beresford de la prisión del Cabildo del Luján, donde había sido enviado tras la Reconquista de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806.
Después del 25 de mayo de 1810, Santiago de Liniers decide radicarse en la provincia de Córdoba donde, dicen, quiso llevar una vida tranquila y alejada de todo trajín político. Pero apenas estuvo en suelo cordobés, Liniers entró en contacto con los funcionarios realistas que permanecían allí, los cuales estaban dispuestos a resistir y llevar adelante una ofensiva contra Buenos Aires y los principios de la revolución.
Santiago de Liniers, natural de Niort, Francia, había jurado defender a la corona española, actitud que le generó la enemistad de sus compatriotas galos, de allí que en su pueblo apenas se lo recuerda con un busto insignificante. En Francia, Liniers es sinónimo de mala palabra. Incluso, él defraudó al virreinato al permitir su descalabro financiero, aún a sabiendas de que esto conduciría a la caída del orden hispánico para dar lugar a otro de origen británico y masónico. Y hay más: Santiago de Liniers fue masón, de allí que no tuvo empacho al momento de permitir la huida de Beresford (jefe de los ejércitos ingleses durante la Primera Invasión Inglesa) y de dejar que los invasores se llevaran el tesoro del virreinato, pues no hizo reclamo alguno del mismo luego de las victorias criollas en 1806 y 1807.
Su final, no obstante, estuvo a la altura de su vida. Fue víctima de sus propias equivocaciones y del salvajismo jacobino que, paradójicamente, provenía de la Francia natal de Santiago de Liniers. Y resultó traicionado por los ingleses, sin lugar a dudas, que promovieron desde las sombras su ruina política y su ocaso social, máxime si tenemos en cuenta que Liniers los benefició cuando aquéllos ya estaban rendidos en las Invasiones Inglesas.
LA OFENSIVA CORDOBESA Y EL ULTIMO FOCO REALISTA
El lugar exacto donde fusilaron a Santiago de Liniers y demás realistas se denominaba Chañarcillo de los Loros o Monte de los Papagayos, distante dos leguas de la posta llamada Cabeza del Tigre, en la provincia de Córdoba. Genéricamente se dice que los dirigentes que acompañaban al ex virrey murieron en Cruz Alta, pues, para la época, Cabeza del Tigre recibía indistintamente aquél nombre.
Cuando se declaró a Cruz Alta como departamento o distrito provincial, recién entonces fue dividido en las siguientes zonas: Cabeza del Tigre, Rincón de las Tortugas, río Tercero Abajo y Cruz de Salvatierra. La primera (Cabeza del Tigre) era un poblado, y la última (Cruz de Salvatierra) era “un paraje donde hace dos esquinas el río, una de una banda y otra de otra, junto a unos chañaritos”, dice Monseñor Pablo Cabrera en su obra “Tesoros del pasado argentino” (1926). Asimismo, advierte que “la ejecución de los jefes contrarrevolucionarios de Córdoba, en 1810, verificóse en el paraje denominado el Chañarcillo de los Loros o Monte de los Papagayos, antiguamente la Cruz de Salvatierra, situado a cuatro leguas y media de Cruz Alta, frente a la estancia de Las Cañas”.
Al momento de aplicarse la sentencia contra los simpatizantes realistas, Juan Gutiérrez de la Concha –gobernador de Córdoba depuesto- todavía permanecía con vida, aunque convaleciente. Cuando llevaron a los muertos a Alta Gracia, donde recibieron sepultura, Gutiérrez de la Concha fue enterrado vivo, sin aplicársele el tiro de gracia. Tomado como testimonio trascendental por el Senado de la Nación en 1960, un anónimo escribió detalles espeluznantes sobre el final del ex gobernador español de la provincia de Córdoba: “Cuando los criados alzaron los cadáveres para ponerlos en las carretillas advirtieron que el brigadier Concha aún estaba vivo, boqueaba y se estremecía y habiéndolo avisado al oficial encargado de acompañarlos hasta darle sepultura, contestó con serenidad no importa, echadlo que él se morirá (…) Llegados a Alta Gracia se hizo abrir una zanja en el campo al lado de la iglesia, con intervención del teniente cura que era un religioso de la Merced para quien iba una orden de Castelli, y el oficial no se separó hasta que los vio sepultados y se asegura que el brigadier Concha expiró en el sepulcro”.
Cuando las noticias de las ejecuciones llegaron a Buenos Aires, las autoridades de la Primera Junta dieron órdenes expresas para que en ningún templo de la ciudad “por ningún pretexto (se) hiciese exequias por alguno de los cinco difuntos”, agrega el cronista anónimo.
El religioso que acompañó a Juan José Castelli a darle sepultura a los realistas junto a la iglesia de Cruz Alta, “al día siguiente los hizo desenterrar y abriendo una sepultura más amplia en el mismo lugar en que antes los habían echado unos sobre otros, colocó todos los cadáveres con separación y poniendo una cruz a la cabecera puso en el brazo derecho de ella y es así: L.R.C.M.A. para que puedan algún día sus familias recoger las reliquias de tan ilustres víctimas. Este virtuoso religioso desempeñó su ministerio rezándoles el oficio de difuntos y bendiciendo el terreno de la sepultura, pues el orden de Castelli le prevenía fuese sin pompa alguna”. Con esta información se destruye la leyenda que decía que en un árbol de Cruz Alta había aparecido la palabra CLAMOR, construida con la primera letra del apellido de cada uno de los sentenciados a muerte, incluyendo entre ellos al obispo Orellana, que no fue fusilado.
Es decir que, si contamos las letras del léxico CLAMOR, 6 habrían sido los fusilados: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez. Sin embargo, el obispo Orellana salvó su vida, con lo cual la palabra en cuestión jamás pudo formarse sino como CLAMR.
Por Tigre Capiango
Cuando se declaró a Cruz Alta como departamento o distrito provincial, recién entonces fue dividido en las siguientes zonas: Cabeza del Tigre, Rincón de las Tortugas, río Tercero Abajo y Cruz de Salvatierra. La primera (Cabeza del Tigre) era un poblado, y la última (Cruz de Salvatierra) era “un paraje donde hace dos esquinas el río, una de una banda y otra de otra, junto a unos chañaritos”, dice Monseñor Pablo Cabrera en su obra “Tesoros del pasado argentino” (1926). Asimismo, advierte que “la ejecución de los jefes contrarrevolucionarios de Córdoba, en 1810, verificóse en el paraje denominado el Chañarcillo de los Loros o Monte de los Papagayos, antiguamente la Cruz de Salvatierra, situado a cuatro leguas y media de Cruz Alta, frente a la estancia de Las Cañas”.
Al momento de aplicarse la sentencia contra los simpatizantes realistas, Juan Gutiérrez de la Concha –gobernador de Córdoba depuesto- todavía permanecía con vida, aunque convaleciente. Cuando llevaron a los muertos a Alta Gracia, donde recibieron sepultura, Gutiérrez de la Concha fue enterrado vivo, sin aplicársele el tiro de gracia. Tomado como testimonio trascendental por el Senado de la Nación en 1960, un anónimo escribió detalles espeluznantes sobre el final del ex gobernador español de la provincia de Córdoba: “Cuando los criados alzaron los cadáveres para ponerlos en las carretillas advirtieron que el brigadier Concha aún estaba vivo, boqueaba y se estremecía y habiéndolo avisado al oficial encargado de acompañarlos hasta darle sepultura, contestó con serenidad no importa, echadlo que él se morirá (…) Llegados a Alta Gracia se hizo abrir una zanja en el campo al lado de la iglesia, con intervención del teniente cura que era un religioso de la Merced para quien iba una orden de Castelli, y el oficial no se separó hasta que los vio sepultados y se asegura que el brigadier Concha expiró en el sepulcro”.
Cuando las noticias de las ejecuciones llegaron a Buenos Aires, las autoridades de la Primera Junta dieron órdenes expresas para que en ningún templo de la ciudad “por ningún pretexto (se) hiciese exequias por alguno de los cinco difuntos”, agrega el cronista anónimo.
El religioso que acompañó a Juan José Castelli a darle sepultura a los realistas junto a la iglesia de Cruz Alta, “al día siguiente los hizo desenterrar y abriendo una sepultura más amplia en el mismo lugar en que antes los habían echado unos sobre otros, colocó todos los cadáveres con separación y poniendo una cruz a la cabecera puso en el brazo derecho de ella y es así: L.R.C.M.A. para que puedan algún día sus familias recoger las reliquias de tan ilustres víctimas. Este virtuoso religioso desempeñó su ministerio rezándoles el oficio de difuntos y bendiciendo el terreno de la sepultura, pues el orden de Castelli le prevenía fuese sin pompa alguna”. Con esta información se destruye la leyenda que decía que en un árbol de Cruz Alta había aparecido la palabra CLAMOR, construida con la primera letra del apellido de cada uno de los sentenciados a muerte, incluyendo entre ellos al obispo Orellana, que no fue fusilado.
Es decir que, si contamos las letras del léxico CLAMOR, 6 habrían sido los fusilados: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez. Sin embargo, el obispo Orellana salvó su vida, con lo cual la palabra en cuestión jamás pudo formarse sino como CLAMR.
Por Tigre Capiango
Bibliografía
- Biblioteca de Mayo. "Diarios y Crónicas", Tomo V, Senado de la Nación, Buenos Aires 1960.
- Cabrera, Monseñor Dr. Pablo. "Tesoros del pasado argentino", 1926.
- Cáceres, Santiago. "Arbitraje sobre límites interprovinciales", Exposición del Comisionado por el Gobierno de Córdoba, Buenos Aires, 1881.
- Crónica Histórica Argentina N°8, "Fusilamiento de Liniers", Editorial Codex S.A., Buenos Aires 1968.
- Röttjer, Aníbal Atilio. "La Masonería en la Argentina y en el Mundo", Editorial Nuevo Orden, Julio de 1973.
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