jueves, 26 de agosto de 2010

SAN BENITO DE PALERMO, LA QUINTA DE JUAN MANUEL DE ROSAS

Palermo de San Benito, según esta reconocida acuarela de Sívori, de 1850. Al fondo, sobresale la residencia imponente. Luego se observan galeras, jinetes, carruajes, el canal, parejas porteñas y soldados federales. Nada más auténticamente argentino que aquello.

Para los panegíricos del teniente general Julio Argentino Roca, referiremos dos errores que ha cometido durante su vida militar y política. Teniendo charreteras de teniente coronel, no dudó en servir a los intereses unitarios que vencieron en Pastos Grandes, en enero de 1869, al coronel federal Felipe Varela, en lo que se constituyó como el último hecho de armas de caudillo catamarqueño en su vida. Un segundo hecho tiene que ver, en parte, con lo que aquí exponemos: mientras se desempeñaba como presidente de la Nación, el 3 de febrero de 1899, a cuarenta y siete años exactos de la batalla de Caseros, Roca manda demoler San Benito de Palermo, la antigua residencia de Juan Manuel de Rosas.

Parece mentira que haya habido una construcción tan simbólica y tan característica de un período que hoy, a como están las cosas, parece de ensueño. Nada, ni la numerología y ni los designios masónicos han podido quitar de la memoria colectiva que en Palermo yacía la residencia del gobernador Rosas, desde donde se impartían todas las órdenes para hacer del suelo patrio el paraíso anhelado por generaciones enteras. Sus bellos jardines, sus caminos interminables, sus edificaciones y sus habitantes ilustres pasaron a la historia como leyendas criollas de muy difícil comparación. Sin embargo, no abundan los detalles que nos permitan obtener nítidas impresiones de todo lo que había en el actual Parque “3 de Febrero”. De eso, pues, se trata esta nota, de hilvanar diferentes relatos históricos que dan cuenta de la belleza del Palacio de San Benito de Palermo, al cual hoy queremos rememorar.


NARANJOS Y PEONES ESPAÑOLES

El 22 de febrero de 1851, el norteamericano Comodoro Mc Keever (comandante en jefe de las fuerzas de estación del Atlántico Sur) tenía que visitar a Juan Manuel de Rosas en su quinta de Palermo. Hasta allí se dirigió junto con el capellán Charles S. Stewart quien, al quedarse sorprendido por la fastuosidad de San Benito de Palermo, hizo las siguientes anotaciones de su paso por el lugar:

“[Tomamos] una ancha y recta avenida macadanizada (empedrada), científicamente construida y en perfecto estado. Está delimitado por una pulida baranda de hierro, bordeada con plantaciones de sauces, y provista de faroles para la iluminación. Es un camino público realizado por Rosas, que se extenderá hasta la ciudad, y que se encuentra todavía en ejecución. Al finalizar una milla y media de recorrido, se conecta con otra avenida parecida pero de mayor hermosura y formando la entrada privada del dominio conduce directamente hasta el frente del domicilio palaciego del Dictador”. Luego, agrega el religioso: “Tiene una milla de largo, jalonada con naranjos entremezclados con los sauces; por otra parte se halla separado del camino público que corre paralelo, por un ancho y profundo canal construido en ladrillo. Este acceso privado está cubierto por conchillas del mar, blancas y duras como el mármol. La polvareda es evitada por el rociado con agua, mientras la hierba de cada costado aparece recortada con el cuidado de un césped inglés, en permanente y constante frescura. Los naranjos están atendidos con sumo cuidado y son frecuentemente lavados hoja por hoja con cepillo y jabón espumoso, por personas especialmente al cuidado de ellos”.

Cuando hace mención de los peones que trabajaban en los jardines de San Benito de Palermo, dirige estas palabras: “A nuestro paso numerosos peones con la alegre y pintoresca vestimenta del país, podían verse absorbidos en esta tarea, subidos en escaleras que les permitían alcanzar todas las partes de los mismos. Igual dedicación se les presta en invierno recubriéndolos para protegerlos de los efectos de las heladas”. Continuaba diciendo el capellán Stewart que “la mayor parte de estos peones eran españoles. Rosas no sólo había empleado españoles en Palermo, sino también en su estancia de Santos Lugares tal como aparece en documentos de 1845”.


ARQUITECTURA DE LA QUINTA: HISPANISMO Y TRADICION

Rarísimo grabado de la vieja residencia de Rosas que apareció en Hamburgo, Alemania, por 1856. Ya no estaba el Restaurador en el poder.

Juan Manuel de Rosas le dio a San Benito de Palermo un toque hispanista insospechado. Se dice que la quinta era de estilo neo-colonial o “post-colonial”, según la definición que dio en su momento el arquitecto Nadal Mora. Las construcciones “post-coloniales” eran aborrecidas por los anti-españoles, y fueron señaladas como pasadas de moda. Se estima que el Restaurador de las Leyes se fue a vivir a Palermo en forma definitiva recién en 1848, pues antes vivía entre la residencia y otra casa que estaba ubicada entre las actuales calles de Moreno y Bolívar, en Buenos Aires.

El arquitecto-ingeniero encargado de erigir San Benito de Palermo fue Felipe Senillosa (1783-1858), quien para la época federal había construido importantes edificios en la ciudad portuaria y en la campaña. Una de ellas fue la Iglesia de San José de Flores (no la actual, sino la primera) que tenía grandes rasgos neoclásicos. Hizo otras iglesias como la de Chascomús y Mercedes, a las cuales impregnó de un estilo ligado más que nada a la “tradición pampeana”, según lo esgrimido por los arquitectos Martini y Peña.

La residencia de Palermo que usaba Rosas tenía una “enorme casa de patio central y volumetría chata, rodeada de arquerías romanas que aligeraban su masa, al abrirla hacia los vastos parques que la rodeaban, en una búsqueda de integración con el entorno que también tiene mucho de actitud romántica”, sostenían Martini y Peña en la obra “La ornamentación en la arquitectura de Buenos Aires”. En el mismo sentido consignan que “Palermo puede responder a la denominación de post-colonial. Su planta combina la tradicional casa de patio con un esquema culto, que tanto se encuentra en Serlio como en Durand y que es propio de una mano formada como la de Senillosa”.

Sebastiano Serlio vivió entre el 1475 y el 1554, y fue un notable arquitecto italiano que inspiró a sus colegas argentinos del período hispanista. Para el arquitecto Horacio J. Pando (autor de “Palermo de San Benito”), “Rosas buscó deliberadamente y a conciencia la utilización del colonial como afirmación del propio ser y en repudio del estilismo europeo del momento; precisamente del enemigo que estaba bloqueando al país. El problema planteado, por primera vez, fue el de la “arquitectura nacional”; la búsqueda del estilo propio. Este camino debía encontrarse buscando en la tradición arquitectónica, es decir, en el barroco colonial hispano-americano. Esta posición estaba perfectamente de acuerdo con el romanticismo reinante y el extraordinario interés cultural por las “nacionalidades” y lo tradicional”.

En un tratado que versaba sobre la construcción de la residencia del Restaurador de las Leyes, se afirmaba que el patio central tenía cierto aire de claustro, algo que, para la época, era muy tradicional y doméstico. “La robusta macicez del palacio –dice el tratado en cuestión- se aligeraba en las arquerías, abiertas hacia aquella riqueza exterior de jardines, parques, lagos, montes de árboles frutales y, más lejos, el río más ancho del mundo. Así, integrada la naturaleza con una arquitectura a la vez importante y sobria, dejó Senillosa uno de los mejores testimonios de su sensibilidad de artista”.


ULTIMAS CONSIDERACIONES DEL LUGAR

El palacio de San Benito de Palermo contaba con 16 habitaciones y ocupaba una superficie de 6.000 metros cuadrados. Había sido levantado con ladrillos cocidos montados en mortero de cal, argamasa y cal, proveniente, esta última, de una vieja calera que se hallaba cerca del arroyo Vega y cuyo horno estaba en lo que hoy son las barrancas de Belgrano. Ambas cosas eran de propiedad de los Padres Franciscanos.

Imágenes no tan divulgadas, del día en que el presidente Julio Argentino Roca mandó tirar abajo la residencia de Rosas, el 3 de febrero de 1899. Otra venganza de la masonería para ocultar uno los mejores períodos de nuestra historia patria.

Estaba pintado de blanco y en la azotea podían verse rejas de hierro de Marsella; los pisos eran de baldosas, y los cielorrasos estaban cubiertos de cal, lo mismo que las puertas y ventanas.

Decíamos que había un total de 16 habitaciones, las que tenían una altura de 5,20 metros. Una característica de las mismas era que estaban construidas en hilera, y que y todas se abrían hacia el patio interno (central). Por el exterior se hallaban vinculadas por pasillos y galerías con arcos de medio punto separados por gruesos pilares de sección rectangular. Otro detalle: por encima había una cornisa recta que separaba el barandal de la azotea que rodeaba la totalidad de la construcción.

Sobre la parte de la residencia que daba al río de la Plata, se ubicaban las habitaciones de doña Manuelita Robustiana Rosas, más precisamente en la galería trasera de la mansión. Cerca de allí pasaba un canal que su padre, el Restaurador, mandó prolongar hasta lo que hoy es la Avenida del Libertador. En los tiempos federales, ese canal fue llamado “Canal de Manuelita”.

En el que suponemos fue el salón de mayores proporciones, había una capilla dedicada a la Purísima Concepción, en la que podía encontrarse al Padre Fernando (también llamado Padre Lozano o Sevilla), quien decía la misa los días domingos.

Para finalizar, diremos que San Benito de Palermo no era un lugar lujoso, y que allí lo que predominaba era el decoro y la calidad. En su interior se hallaban, eso sí, exquisitos espejos venecianos que fascinaban a don Juan Manuel. Los muebles estaban hechos de madera de caoba, las camas eran de bronce y los sofás y las sillas estaban todas tapizadas. Por ejemplo, en las galerías internas se ubicaban bancos de caoba y mecedoras, mientras que el alumbrado se hacía con lámparas de aceite.

Otra nota, quizás con igual o mayor extensión que la presente, sería necesaria para narrar cómo eran los festejos y las comidas que se hacían en el palacio de San Benito de Palermo.

sábado, 7 de agosto de 2010

ROSAS, SEGUN LA CONGREGACION DE LOS PADRES OBLATOS DE ARGENTINA

Padre Pío Bruno Lanteri, fundador de la Congregación de los Padres Oblatos de la Virgen María.

La Congregación de los Padres Oblatos de la Virgen María fue fundada alrededor de 1816 por el Padre Pío Bruno Lanteri, en Carignano, Italia. Al parecer, fue el rechazo de Lanteri a pertenecer a la Compañía de Jesús la que lo motivó a crear la congregación nombrada. Tan grande fue esta decisión que los ejercicios espirituales realizados en Carignano no daban a basto para atender a los fieles que se acercaban.

Para 1817, el Padre Lanteri redactó algunas normas que debían seguir de allí en más los Padres Oblatos, y al poco tiempo la congregación decidió expandirse a toda la región del Piamonte. Cuando el 24 de agosto de 1818 es nombrado Monseñor Colombano Chiaverotti como Arzobispo de Turín, empezó una suerte de debacle en la Congregación de los Padres Oblatos, pues aquél no estaba muy convencido de la creación de la misma pues no le veía mucha utilidad. El Padre Pío Bruno Lanteri le contestó, entonces, que si bien existían ya muchas congregaciones, ninguna se había dedicado específicamente a la misión con el pueblo, lo cual era algo indispensable para Lanteri. Sin embargo, Lanteri sufrió por esos tiempos la soledad de no ser tenido en cuenta por el arzobispado de Turín.

En mayo de 1820 se disuelve la Congregación de Padres Oblatos de la Virgen María, pero movido por la fuerza de la Fe, el Padre Lanteri empieza a hacer gestiones ante el Papa León XII, el cual, tras varias instancias, reconoce a la Congregación de Padres Oblatos el día 1° de septiembre de 1827. Era la vuelta definitiva de la orden.

El Padre Pío Bruno Lanteri falleció el 5 de agosto de 1830 rodeado de sus religiosos y profesando haber sido hijo de la Augusta Reina de los cielos, es decir, de la Santísima Virgen María. A partir de entonces, los fieles se extendieron por todo el mundo, llegando a asentarse en Argentina.

LOS OBLATOS Y UNA REFERENCIA SOBRE ROSAS

La Congregación de Padres Oblatos desde hace 7 años saca una publicación en la patria que se llama “Esperanza”. En su número 27 del trimestre Julio/Agosto/Septiembre de 2010, sacó una nota en la que hace alusión a la figura del brigadier general Juan Manuel de Rosas. No es muy común encontrar, en una revista católica, una referencia sobre el Restaurador de las Leyes, a pesar de que éste fue, en vida, un cabal hombre religioso y cultor de las celebraciones santas. La nota en cuestión, que aparece en la página 42, dice así:

“ROSAS

El tema en cuestión es complejo, arduo y hasta conflictivo. Quizá no exista en la historiografía moderna un problema tan controvertido, apasionante, utilizado con fines diversos; para la gente común los autores son “Rosistas” o “Antirrosistas”. Lo que no puede negar que lo más grave y cuanto afecta a la historiografía la persona y la obra de Juan Manuel de Rosas: el aprovechamiento de la historia en menesteres extra históricos, tendencia harto común entre los ideólogos, los políticos y los moralistas de todas las épocas proclives a dibujar figuras paradigmáticas del bien y del mal, y valerse de ellas para llevar agua a su molino.

Juan Manuel de Rosas, en uno de sus poquísimos retratos con vestimenta gaucha.

En nuestros días el historiador serio sabe que la verdad es siempre perfectible y sólo considera verdadero aquello que se impone necesariamente a su conciencia al cabo de una investigación minuciosa y una crítica fecunda.

La historiografía moderna ha llegado a la conclusión ponderable: es el historiador y no la historia quien opina, condena, aplaude, justifica, pondera, enaltece. Ahora se habla del juicio del historiador.

Ninguno de los juicios emitidos sobre Rosas, su obra y sus colaboradores tiene carácter convincente. Todos son juicios discutibles, perfectibles, en tanto han sido hechos por hombres de cuerpo y alma que se han referido a otros hombres de cuerpo y alma. Aquéllos y éstos vivieron en sus respectivos momentos históricos, estuvieron condicionados en su acción por circunstancias ambientales peculiares e irrepetibles y se esforzaron por llevar a cabo los proyectos gestados en sus respectivas intencionalidades.

Es hora de acabar con los “ismos”, aceptando la realidad histórica, linda o fea, pero congruente, tal como se presenta al cabo de un análisis profundo, sin omisiones ni agregados por intenciones bastardas. Ese es mi punto de vista y por lo mismo creo que la historiografía equivale a una continua revisión, lo mismo que toda la ciencia moderna, ya que nada autoriza, en el campo científico, a dar sentadas verdades definitivas. Cada historiador, como cada investigador en el campo del saber, aporta su propio juicio, su propia creación. Si no hace eso, no es investigador sino mero repetidor de cosas sabidas. Sin creación no hay posibilidad de avance en la incesante e interminable búsqueda de la verdad.

A.J.P.A.”.