martes, 18 de septiembre de 2012

ALGUNAS DISONANCIAS RESPECTO A JOSE DE SAN MARTIN (PARTE II), POR GABRIEL O. TURONE


Cuadro alegórico a la Entrevista de Guayaquil celebrada en julio de 1822.

SAN MARTIN EN PERU: ¿DECADENCIA Y CORRUPCION?

            Samuel Haigh fue un inglés amigo de José de San Martín que tuvo el privilegio de viajar al Perú cuando éste era Protector de ese país. Allí, pudo comparar el antiguo esplendor que tuvo Lima durante la época virreinal en relación a la decadencia que presentaba ya en tiempos de San Martín como Protector (1821-1822). Volcó Haigh en su Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, estas impresiones:

            “Numerosos viajeros ya han descrito a esa Ciudad de los Reyes, sus magníficas iglesias llenas de oro y plata, y la vida lujosa y espléndida que llevaban sus habitantes, las pomposas procesiones, concurridos teatros y corridas de toros…la abundancia de sus alrededores y en suma, el mismo nombre asociaba todo lo rico, voluptuoso y alegre”.

En cambio, al describir a la Lima de 1826, a sólo tres años de la salida de San Martín, dice: “¡Qué triste contraste presentaba! El nuevo gobierno en bancarrota y necesitado, los comerciantes insolventes, desaparecida la confianza, los templos despojados, vendidos los adornos de sus habitantes. Gente que vivía en palacios, reducida a la pobreza absoluta. Confiscaciones, exacciones, contribuciones, destierros en rápida sucesión, habían nivelado esta ciudad con sus vecinos”. Y bien, allí tenemos el asesinato del ladero de San Martín en ese país, hablamos del jacobino ateo Bernardo de Monteagudo, ultimado en las calles de Lima, como un perro, en 1825.

¿Hizo el gobierno de San Martín una “limpieza étnica” de españoles en el Perú? Hay algunas estadísticas que el propio Monteagudo dejó sentadas como para, al menos, pensarlo seriamente: “Cuando el ejército libertador llegó a las costas del Perú existían en Lima más de diez mil españoles distribuidos en todos los rangos de la sociedad, y por los estados que pasó el presidente del Departamento al Ministerio de Estado, poco antes de mi separación, no llegaban a seiscientos los que quedaban en la capital”.[1] Vuelve a fallar la moral sanmartiniana, dado que al asumir el “Libertador” como Protector del Perú había dicho en su famosa “Proclama de Pisco” que iba a garantizarle a todos los peruanos, pero en particular a los nobles (casi todos de estirpe española), el respeto a eso que hoy se conoce como “el status”.

Otro testimonio del saqueo que hicieron los “libertadores” mientras administraron Lima, lo da Monseñor Echagüe y Andía en carta a Gregorio Funes: “Hoy se halla Lima sin otro dinero para su giro que el despreciable papel moneda y un poco de cobre, acuñado para suplir la falta de plata, que antes abundaba”.[2]

            Se sabe, por otra parte, que en América la implementación del Sistema Educativo Lancasteriano fue el trampolín para la entrada forzosa en nuestras tierras de las pautas culturales masónicas y probritánicas. Lancasteriano fue el unitario salvaje Domingo Faustino Sarmiento…y también José de San Martín en Lima. El historiador Otero, así lo confirma: “A la inauguración de la biblioteca asoció San Martín la inauguración de un sistema de enseñanza conocido con el nombre de “sistema lancasteriano” y aprovechando la llegada a Lima de un profesor acreditado para su enseñanza. Con este motivo designó al Colegio de Santo Tomás para que se procediese allí a un ensayo experimental de ese sistema”. Omite decir José Pacífico Otero, que para la imposición de semejante sistema educativo, antes fue necesario darles un plazo perentorio a los sacerdotes del colegio Santo Tomás, por lo cual tuvieron que salir prácticamente con lo puesto del establecimiento antes de su persecución o ultimación.  

Por último, quiero dejar sentado que casi todos los oficiales que compusieron el Estado Mayor del Ejército de los Andes fueron miembros de la Masonería:

-         Antonio González Balcarce: de acuerdo al testimonio del general Enrique Martínez, fue masón.

-          Enrique Martínez: aparece en el listado hecho por el Masón Grado 33 Alcibíades Lappas.

-          Manuel de Olazábal: Iniciado masón en Mendoza, en tiempos de San Martín. Actuó en logias de Chile, tiempo después. Aparece su nombre en el listado hecho por el Masón Grado 33 Alcibíades Lappas.

-          Bernardo de Monteagudo: Lappas refiere que en Lima, Perú, ayudó a fundar dos logias masónicas.

-          Juan Gregorio de Las Heras: salvaje unitario escondido en Chile, cuando los tiempos de Rosas, tuvo intensa actividad masónica en Mendoza y en la Logia del Ejército de los Andes, de acuerdo a Lappas.

-          Mariano Necochea: Miembro de la Logia del Ejército de los Andes. Integró en Lima, Perú, la Logia Perfecta Unión y el Capítulo Regeneración.

-          Gerónimo Espejo: Iniciado en la Logia del Ejército de los Andes. Una vez introducido en Lima, Perú, ayuda a fundar una importante logia masónica. Agrega Lappas: “En 1822, en cumplimiento de una misión confidencial confiada por San Martín, viaja a Guayaquil donde aparece junto con los generales Guido y Luzuriaga y el coronel M. Rojas, como uno de los integrantes de la Logia Estrella de Guayaquil”.

-          Rudesindo Alvarado: Iniciado en la Logia del Ejército de los Andes, fue fundador de la Logia San Juan de la Fe de Paraná.


Cita el historiador Montiel Belmonte: “Una breve revista de locuciones de cuño masónico en declaraciones y notas de altos jefes sanmartinianos nos facilita descubrir la secreta-no tan secreta hebra masónica de todos ellos. Veamos: Urdininea: “La libertad protegida POR LA FILOSOFIA”; Monteagudo: “Pido al SER SUPREMO el acierto”; Soyer: “a pesar de haberles sacado V.E. DE LA OSCURIDAD y hécholes conocer LA LUZ…sacándolos de LAS TINIEBLAS”; Alvarado: “habéis insultado A LA NATURALEZA…ya no es tiempo de que ultrajen impunemente A LA (Diosa, ¿o no?) RAZON…ES IMPOSIBLE VENCER A LA NATURALEZA”; Enrique Martínez al recibirse del mando de los restos del ejército de los Andes sucediendo al cobarde, inepto y amanerado Alvarado: “un gobierno ILUSTRADO, enérgico y generoso os acoge bajo su protección. Su voz es la del trueno para sus enemigos, porque HA REVELADO EL GRAN SECRETO para destruir a los tiranos”. Creemos que estas citas pintan de cuerpo entero la filiación masónica de los que acompañaron a San Martín, y no abrimos juicio sobre si el “Libertador” también estuvo adscrito a ella, aunque sea grande la sospecha.


Réplica del mandil que utilizó José de San Martín en la Logia Lautaro. Esta pieza se encuentra en el Museo de la Gran Logia del Perú, Lima.

EN LAS POSTRIMERIAS

            No hubo desprendimiento ni derroche de altruismo alguno en el abandono que hiciera San Martín después de la famosa Entrevista de Guayaquil, del 26 y 27 de julio de 1822, sino, más bien, un franco disgusto de San Martín contra Simón Bolívar porque éste le había ganado de mano en la posesión de un importante territorio que ambos se disputaban para sí. Para sustentar lo dicho aquí, citaremos una fuente inapelable e irrefutable, como ser lo vivenciado por el general Rufino Guido, hermano de Tomás, quien presenció los pormenores de aquella famosa cita en el Ecuador. Dice así:

            “El general San Martín, salió del Callao para Guayaquil con el objeto ostensible, de tener una entrevista con el general Bolívar; pero muy reservadamente, CON EL DE APODERARSE de aquel importante Departamento que se había declarado en favor del Perú, anticipándose al general Bolívar, cuyas intenciones y movimientos de sus tropas al efecto, habían llegado a noticia del Gobierno Peruano. Para esta empresa se embarcaron DOS BATALLONES, Y CON PARTE DE LA ESCUADRA, zarpamos del Callao con dirección al referido Departamento, adelantándose del convoy la Goleta de guerra Macedonia, en que iba el general San Martín, y el autor de estas líneas.

            “Llegados a la Puna (sic), se supo allí con sorpresa, QUE YA EL GENERAL BOLIVAR SE HABIA APODERADO DEL PUNTO CODICIADO; noticia que nos dieron varios jefes y oficiales del Ejército Argentino que se habían retirado de Guayaquil con motivo de aquel suceso inesperado para ellos.

            “Entonces el general San Martín, variando de plan, PORQUE YA NO PODIA LLEVAR A CABO SU PROPOSITO, se decidió por la entrevista, que era lo que todo el mundo sabía y creía.

            “A este fin hizo salir al momento una lancha de las que llevaba la goleta Macedonia, con órdenes para el convoy que aun debía estar muy distante, para que en el acto de recibirlas, cambiase de rumbo y regresase al Callao.

            “En la noche del mismo día en que zarpó la lancha, como queda dicho, se embarcó en un bote de 12 remos, el que esto escribe y se dirigió a Guayaquil, comisionado por el general San Martín, para felicitar al general Bolívar por su feliz arribo a aquel punto, y asegurarle al día siguiente iría a tener el gusto de hacerle una visita. Después de navegar toda la noche a favor de la marea, y contra ella, a fuerza de remo y vela, llegamos a Guayaquil. Como a las doce del día me desembarqué y fui introducido a las habitaciones de dicho general Bolívar, quien me recibió y agasajó del modo más cumplido y caballeresco (…) y después de hacerme servir un gran almuerzo, y de dirigirme muchas preguntas (…) me embarqué en el momento que la marea era favorable para mi regreso. A las doce y media de la noche de ese mismo día divisamos la goleta, que había pasado ya la Punta de Piedras, y aunque con gran trabajo y peligro, pudimos ponernos a su costado y subir a bordo. Allí encontré a los ayudantes del general Bolívar. Me presenté a mi General (San Martín), y le di cuenta de la comisión que me había encomendado, instruyéndole de cuanto había visto y observado.

            “Siguió la goleta navegando con marea y viento favorables, y a las doce del día siguiente, fondeó en el puerto. A los pocos momentos vinieron dos ayudantes más del general Bolívar, a felicitar de nuevo al General, y decirle, que el Libertador (Bolívar) deseaba verle cuanto antes (…)

            “Al entrar a la casa hallamos al pie de la escalera que conducía a los altos al Libertador Bolívar de gran uniforme, y rodeado de su Estado Mayor, quien en el momento de ver al General, se adelantó hacia él, y dándole la mano le dijo: “Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado general San Martín”.

            “El General contestó dando las gracias por tan cordial sentimiento, pero sin admitir los encomios que le hacía el Libertador, y subieron a las escaleras, siguiendo todos hasta un gran salón que estaba preparado para su recibimiento.”

            Ahora viene la parte del relato en la que el general Rufino Guido cuenta cuando San Martín y Bolívar se fueron a parlamentar a solas, y luego, la posterior bronca de San Martín por haber perdido los territorios que anhelaba para sí:

            “Después de este singular acontecimiento se despidieron las señoras. Habiéndose despedido también los jefes y oficiales que acompañaban al Libertador, los dos ayudantes de campo del General nos retiramos, QUEDANDO SOLOS Y A PUERTA CERRADA AMBOS GENERALES, CUYO ENCIERRO DURO HORA Y MEDIA, saliendo en seguida el Libertador para su alojamiento, acompañado de sus ayudantes que le esperaban en nuestras habitaciones situadas al paso.

            “(…) Después que se retiró el Libertador (Bolívar), recibió el General (San Martín) algunas visitas, y antes de comer, que lo hicimos en la misma casa en que parábamos, acompañamos al General al alojamiento del Libertador, donde permaneció media hora, y regresamos: la noche se pasó en recibir nuevas visitas, y entre ellas algunas señoras.

            “Al siguiente día volvimos a la casa del Libertador a la una de la tarde, habiendo antes arreglado nuestro equipaje, y ordenado que a las once de la noche se embarcase a bordo de la goleta, pues según orden del General debíamos embarcarnos esa misma noche al salir del baile, a que estábamos convidados. Luego que estuvieron juntos SE ENCERRARON AMBOS PERSONAJES Y PERMANECIERON ASI HASTA LAS CINCO, hora en que salieron a sentarse a una gran mesa, dispuesta al efecto, en la que se sentaron también algunos generales y varios jefes del ejército de Colombia. Seríamos como cincuenta individuos los que asistimos a aquel suntuoso banquete (…)

            “(…) A las nueve de la misma noche fuimos al baile a que estábamos convidados. La reunión era brillante por el número, belleza y elegancia de las señoras y lo suntuoso del salón, perfectamente adornado e iluminado (…) No estaba menos molesto nuestro General (San Martín), al verse envuelto en semejante laberinto, él que aun en sus reuniones más familiares y en la confianza de la amistad, observaba aquella moderación y decencia que siempre hay en gente bien nacida; así fue que determinó retirarse. Se acercó a mí y me dijo: “Llámeme usted a Soyer que ya no vamos; no puedo soportar este bullicio” (…)

            “El General (San Martín) se levantó el día siguiente AL PARECER MUY PREOCUPADO, y paseándonos después del almuerzo sobre cubierta, me dijo: “¿QUE LE PARECE A USTED COMO NOS HA GANADO DE MANO EL LIBERTADOR SIMON BOLIVAR? Pero confío que NO SE QUEDARA CON GUAYAQUIL PARA AGREGARLO A COLOMBIA, cuando el pueblo en masa quiere ser anexado al Perú: DE GRADO O POR FUERZA LO SERA, LUEGO QUE CONCLUYAMOS CON LOS CHAPETONES QUE AUN QUEDAN EN LA SIERRA. Usted ha visto la alegría y entusiasmo de ese pueblo, y los vítores al Perú, y a mi persona”. En efecto esas demostraciones tan espontáneas de toda aquella población, mortificaron extraordinariamente al Libertador (Bolívar), y desde ese día empezaron los celos contra el General (San Martín)”.

            Aunque todavía no se había consolidado el retiro de San Martín –repetimos: no por un acto de grandeza, como todos han repetido hasta el cansancio-, todavía faltaría la noticia final para la toma de esa decisión. Ello saltaría a la vista cuando, de regreso a Lima tras su fracasado viaje por Guayaquil, recibió la noticia “de la revolución contra su primer ministro Monteagudo, y más que todo LA CONNIVENCIA DE SUS PRINCIPALES JEFES QUE DEBIERON HABERLA SOFOCADO”. O sea, el jacobino Bernardo de Monteagudo había sido expulsado del Perú y los principales jefes de San Martín lo habían traicionado… Este fue el detonante, y no otro, por el cual José de San Martín decidió abandonarlo todo y fugar a Europa. Concluye categóricamente el general Rufino Guido, en que todo “fue un error del General (San Martín)”.

            Todo este relato en primera persona de quien estuvo al lado de San Martín en Guayaquil, y luego en el momento en que su oficialidad lo traiciona en Lima, nos hace suponer que el mentado Ejército de los Andes aparte de estar compuesto por masones en sus altos rangos, también estaba compuesto por indisciplinados. El mismo Simón Bolívar dijo de todos ellos: “son en gran parte viciosos y facciosos”. Y hasta un conspicuo colaborador de San Martín, el general Rudesindo Alvarado, en nota remitida al gobierno del Perú, confiesa que la fuerza recibida de José de San Martín era una horda ingobernable, cuyos jefes de comando sólo lo obedecían como amigo y no como jefe.[3]    

            Había dicho José de San Martín en 1819 una frase que fue tomada con excesivo alborozo: “Seamos libres, lo demás no importa nada”. ¿Qué decía, ya en Europa, el “Libertador” sobre la tan mentada libertad desprendida de todo orden y/o disciplina?: “¡Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llaman tirano y que me proteja contra los bienes que me brinda tal libertad!”.[4] ¿En 1834 se había dado cuenta que la libertad sin orden es libertinaje, como él la había planteado por 1819? Para pensarlo.

Todavía la historia tendría que esperar la venida de un hombre, el Ilustre Restaurador de las Leyes y brigadier general don Juan Manuel de Rosas, para que con orden, disciplina y principios católicos consolidara la patria, algo que ni San Martín ni Manuel Belgrano pudieron lograr.   


Por Gabriel O. Turone


Bibliografía

-          Enciclopedia Hispánica, Tomo 3 (Bernoulli-Casa), Enciclopedia Británica Publishers, Inc., 1991.
-          Haigh, Samuel. “Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú”, Hyspamérica, Buenos Aires, 1988.
-          Lappas, Alcibíades. “La Masonería en la Argentina a través de sus hombres”, Primera Edición, Octubre 1958.
-          Mitre, Bartolomé. “Historia de Belgrano” e “Historia de San Martín”.
-          Monteagudo, Bernardo. “Escritos Políticos”, Editorial La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1926.
-          Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996. Copia que obra en mi archivo.
-          Otero, José Pacífico. “Historia del Libertador Don José de San Martín”, Círculo Militar, Buenos Aires 1978.
           -     “San Martín en la historia y en el bronce”, Comisión Nacional Ley 13.661, República Argentina, Año del Libertador General San Martín 1950.




[1] Bernardo de Monteagudo fue secretario privado de San Martín, a quien acompañó en Chile y, a partir de 1821, en el Perú. Cuando dice en la cita trascripta “poco antes de mi separación”, se refiere al año 1822, cuando fue expulsado de ese país. Regresará dos años más tarde, en 1824, cuando Simón Bolívar fue nombrado Jefe Supremo de Perú. En 1825 lo ultiman en Lima, como se ha dicho.
[2] Citada por José Pacífico Otero en “Historia de San Martín”, Tomo VI, página 346.
[3] Citado en “Biblioteca de Mayo”, Tomo II, páginas 1971/4.
[4] Carta a Tomás Guido, París, Febrero de 1834. 

lunes, 20 de agosto de 2012

ALGUNAS DISONANCIAS RESPECTO A JOSE DE SAN MARTIN (PARTE I), POR GABRIEL O. TURONE


Un premio del que pocos hablan, el que le otorgó una logia masónica de Bélgica a José de San Martín en 1825.

El general José de San Martín vio cumplida su obra recién con la tranquilidad que le otorgó Juan Manuel de Rosas a la Confederación Argentina por 1849/1850, bienio en el cual el Restaurador (para mí, el único Padre de la Patria existente con pruebas de rectitud insuperables) logró, merced a la idoneidad de sus funcionarios y de él mismo, forzar sendos tratados de paz con las potencias imperiales de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, con saldos favorables para nosotros. En el orden interno, San Martín se congració con Rosas al observar, desde la distancia, que el bando anárquico y destructivo de los unitarios ya había sido herido de muerte prácticamente en 1842. Sin embargo, antes de la defensa soberana que hiciera Rosas de la patria, San Martín no había obtenido muchos logros que digamos.

            Se habla con ánimo de hartazgo y no poco de cliché de su obra libertadora en Chile, Perú y la Argentina, no teniéndose en cuenta algunos detalles que fueron pasados por alto, por empezar, su misterioso abandono del ejército español –al cual servía- para pasar raudamente a Londres, Inglaterra; venir desde dicho centro de poder mundial hasta América y emprender, acto seguido, sus batallas por los países nombrados, para, ya finalmente, retirarse ensombrecido a Europa no tanto por un acto de grandeza y desprendimiento sino, más bien, por intereses de poder que desdecían las noblezas principiantes que lo habían supuestamente movilizado.

            Las sombras han seguido en su paso por el Viejo Mundo a San Martín, tal como lo demuestra el párrafo siguiente de una carta que le dirigió a su amigo el general Tomás Guido, el 1 de Agosto de 1834, desde París, en donde le dice: “…Ya es tiempo de dejarnos de teorías que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades…”.  ¿Por qué habría de decir esto San Martín? ¿Cuál fue o dónde estuvo la falla de sus campañas libertadoras? Volvemos a decirlo: la satisfacción de José de San Martín estuvo representada por la obra magna del gobernador Juan Manuel de Rosas tiempo más tarde, no antes.

            San Martín tuvo amigos de muy dudosa procedencia, como por ejemplo Alejandro María de Aguado, mayor del Ejército Español y compañero de aquél cuando prestaba servicios en la península ibérica. Era el amigo de San Martín miembro de la Masonería y, por lo mismo, cultor de Hiram[1]. Mencionado en su tiempo como de ascendencia sefardí, Aguado se mantuvo leal al ejército de España hasta la vil invasión napoleónica de 1808, ocasión que le permitió traicionar a su patria para pasarse al bando francés, donde combatió como un encarnizado ateo y jacobino (no olvidemos que las campañas de Napoleón Bonaparte tuvieron como finalidad la consolidación e institucionalización de lo acontecido en julio de 1789). Pese a tan indignante pasado, José de San Martín nombrará a Alejandro María de Aguado, años más tarde, como su albacea y tutor de sus hijos, de acuerdo a su Testamento.

            Otro gran amigo del “Libertador” fue el coronel Rafael de Riego. Como sucediera con Aguado, De Riego también traicionaría por la espalda a su patria, España, merced a su filiación masónica y a los aceitados contactos que mantuvo con personeros del Gran Oriente de Francia, por entonces dominador absoluto de las logias masónicas europeas continentales en connivencia con la Gran Logia Unida de Inglaterra.

            Rafael de Riego actuó y contribuyó con posterioridad al debilitamiento definitivo de la España monárquica: se alzó en armas en una localidad llamada Cabezas de San Juan el 1° de enero de 1820, con una miserable finalidad: la de “mantener al monarca (Fernando VII) como un muñeco de ventrílocuo mientras permanecía prisionero en su palacio de Madrid y rodeado por una turba de masones. El papel de Riego era anular a Fernando (VII) y esterilizar a sus fieles, mientras se debilitaban los ejércitos de ultramar al ponerlos en manos de masones, llegándose al extremo de mantener “talleres” y logias en los barcos que llevaban a América oficiales de comando para reducir a los insurgentes”[2]. Esto así lo certifica, entre otros, el delincuente general Tomás de Iriarte en sus Memorias.

            No es mentira que España ya estaba en sus últimas hacia 1820, por cuanto hago constar que en ese mismo año las islas Malvinas, antigua posesión de ultramar española, pasaron a manos de la República Argentina en razón de que los peninsulares ya no podían aguantar el artero ataque británico a través de sus masónicos agentes, teniendo que abandonarlas sin ton ni son. El primer desembarco argentino en Malvinas tendrá lugar, de hecho, el 6 de noviembre de 1820.

ABANDONO Y PASE A INGLATERRA

            San Martín, decimos, no fue ajeno a lo que han hecho sus amigos Aguado y Riego, porque si volvemos sobre sus pasos, el “Libertador” también traicionó a España al ponerse a jugar con la potencia que deseaba su destrucción: Inglaterra.

            Mediante un ardid consistente en que debía viajar al Perú para atender asuntos familiares, en pleno asedio de las tropas de Napoleón Bonaparte a España, José de San Martín se embarca secretamente para Inglaterra vía Portugal, donde permanecerá unos cuantos meses para “instruirse”. España mientras tanto se desangraba y perdía su influencia en el mundo. Es decir, San Martín faltó a su palabra, por cuanto había escrito a sus jefes militares españoles, antes de fugarse, que por sus “veinte años de honrados servicios” pedía su baja con goce de fueros y uso de uniforme. Al decir que viajaba a Perú para la atención de cuestiones familiares, San Martín incurrió en la violación descarada de su declaración para así poder obtener la baja del ejército español. Poca moral, añado. Aguado, De Riego y San Martín, una trilogía que entendió cómo traicionar a España, y encima con uniforme español.

Ahora, ¿quién reclutó a San Martín para que viaje a Londres para luego lanzarse insurgentemente en América? Se señala a un coronel y agente del Foreign Office británico llamado Lord James Duff, 4to. Conde de Fife.[3]

            Indudablemente, que en Londres se pergeña lo que luego daría en llamarse La Máscara de Fernando”, que no fue otra cosa que el empleo de personalidades nacidas en continente americano quienes, tras recibir “instrucciones”, debían proclamar, en tiempos acuciantes y desgraciados, la “adhesión al monarca Fernando VII” (en supuesta lealtad a España) pero que, solapadamente, lo que se convenía era el total dominio financiero y masónico anglosajón en América. Y así como en su confección hubo “patriotas americanos”, también hubo “curas patriotas” (apóstatas de la peor calaña) que fueron cooptados desde todos los puntos cardinales del antiguo Virreinato del Río de la Plata y alrededores para servir en el mismo sentido, a saber: Deán Gregorio Funes, Pedro Ignacio Castro Barros, Servando Teresa de Mier, Cayetano Rodríguez, Manuel Maximiliano Alberti, etc., etc.


Provincias Unidas del Río de la Plata o Argentina hacia 1816: indios, caudillos federales, ejércitos, godos y portugueses.

            Consecuencia inmediata de La Máscara de Fernando” fueron los levantamientos del Alto Perú y Quito, en 1809, y los de Buenos Aires, Caracas y México en 1810. Con esos antecedentes puestos de manifiesto, llegaba el tiempo de los experimentados militares americanos para consolidar la estrategia largamente elucubrada en Inglaterra. En 1812, José de San Martín emprende la única batalla (que en realidad fue escaramuza) en suelo argentino: la de San Lorenzo, de apenas un puñado de minutos de duración. Luego, marcharía hacia Chile y finalmente al Perú.

            Un personaje siniestro, Lord Strangford, de lo más granado del servicio secreto inglés asentado en Río de Janeiro (ciudad donde ofició de embajador de Su Majestad Británica), fue la voz cantante en el Río de la Plata de La Máscara de Fernando”, por cuanto así se lo hizo saber a los sirvientes que conformaron la Primera Junta de Gobierno de Mayo de 1810 (Revolución de Mayo). Ni bien tomó el poder la Junta en Buenos Aires, Strangford les comunica que Inglaterra no le había permitido a él todavía expresarse sobre el asunto, por cuanto manifiesta “…me ha sido sumamente satisfactorio imponerme de la moderación con que se han conducido Uds. en este arduo asunto, no menos que los heroicos sentimientos de lealtad y amor con su Soberano…”. ¿Por qué un agente inglés como Lord Strangford habría de felicitar a los miembros de la Primera Junta por mantenerse “leales” al Rey de España Fernando VII? Ahí radica el ardid de La Máscara de Fernando” que los ingleses impusieron en toda América Hispana. Y en otra carta de la nutrida correspondencia Strangford-Primera Junta, el embajador inglés desea mantener la más absoluta cautela sobre los pasos a seguir, para que nadie desentrañe la mentira de Mayo de 1810:

            “…Uds. pueden descansar (en la seguridad de que) no serán incomodados de modo alguno siempre que la conducta de esa capital (Buenos Aires) sea CONSECUENTE Y SE CONSERVE a nombre del Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores…”. Luego, agregaba con mucho de cinismo Strangford: “…la buena causa que sostienen y la seguridad con que debe contar el rey Don Fernando VII en que, AUNQUE PERDIDA LA ESPAÑA TODA, existen en esa parte de América héroes que defienden enérgicamente sus derechos y los de la monarquía española…”.[4]

            De aquí en más, limitaré este ensayo a hablar sobre el rol que le cupo a San Martín una vez vuelto a América en el navío “George Canning”. Antes, quise contextualizar cómo se fue preparando el terreno para su llegada –y la de los demás que vinieron con él-, y en qué estado se encontraba España al momento en que el “Libertador” la deja librada a su suerte en medio de la invasión napoleónica.

AISLAMIENTO Y ENTREGA DE LA BANDA ORIENTAL

            A poco de andar la Revolución de Mayo de 1810, Inglaterra comete una de sus más grandes tretas, retirándole tácticamente su apoyo a la Primera Junta de Gobierno ni bien Fernando VII recobra su libertad y es restituido en el trono español. Tanta incertidumbre, que cunde hondo en el Plata, incita a las máximas figuras insurgentes de Buenos Aires a reclamar un amparo ante la Corte de Río de Janeiro. La aceptación de tan infame alianza significa el exterminio de José Artigas quien, en soledad, enfrentaba a los lusitanos que invadían impunemente la provincia argentina de la Banda Oriental. Resuelta esta cuestión, que significaba quitarle a Buenos Aires su máximo obstáculo para poder continuar con la política de entrega y sumisión, José de San Martín no tuvo mayores riesgos para emprender su expedición a Chile y el Perú.

            A todo esto, el Congreso de Tucumán proclamaba una “Independencia” con aires de fraude, por cuanto allí, en primer lugar, no estaban presentes los congresales que respondían al Protector de los Pueblos Libres, José Artigas, envuelto, como se ha dicho, en una guerra sin cuartel y ante el silencio cómplice de los “patriotas” venidos de Inglaterra unos años antes. Se podría aducir aquí, que San Martín “desconocía” lo que acontecía en la Banda Oriental…pero lo mismo es una falsedad tal como lo desentraña un sanmartiniano de ley como José Pacífico Otero, quien sostiene en su Historia de San Martín (1978), Tomo IV, página 162, que “…nada escapaba a su conocimiento, y así como estaba enterado de todo lo que sucedía en la capital argentina, lo estaba igualmente de todo aquello que tenía por teatro las provincias en disidencia militar y política con el Directorio”. Preguntas: ¿Dónde se situaba el Directorio? En Buenos Aires. ¿Y quién estaba en desacuerdo con el Directorio? Artigas…

            Curiosamente, en el torbellino que se produjo en los años previos a la disolución del Directorio (1820), uno de los afectados de su conducción fue Antonio González Balcarce[5], a quien la Junta de Observación expulsó de su cargo por considerarlo en tratos con los enemigos de la patria, acusación de la que José de San Martín pareció no hacerse eco por cuanto galardonó a González Balcarce con el nombramiento de Segundo Jefe del Ejército de los Andes, participando como tal en las batallas de Cancha Rayada (1818) y Maipú (1818)…

            Más allá de lo que algunos historiadores revisionistas puedan versar sobre la amistad de José de San Martín con algunos caudillos federales, entre ellos el argentino José Artigas, no omitamos que para 1813 “el mismo San Martín, esta vez con el invalorable apoyo de su “hermano” Alvear (Carlos) y del que a poco pasaría a serlo, José Rondeau, trata de ganarse, pero por izquierdas, a don José Artigas, y mientras en las notas oficiales lo llena de elogios, en la correspondencia de internos con ambos “embajadores de paz” lo señala como a un factor de desorden con el que debe terminarse”[6] Con esto, puede aclararse por qué San Martín no brindó jamás su apoyo a Artigas en la guerra que éste sostuvo entre 1816-1820 contra los portugueses, quienes, mientras tanto, aniquilaron las pujantes y cristianas Misiones Jesuíticas del litoral patrio, a saber: San Ignacio Miní, Corpus Domine, Santa María la Mayor, Yapeyú de los Santos Reyes, Santos Mártires del Japón, Santos Apóstoles, San Carlos, Santa Ana Candelaria, Santo Tomé, La Santa Cruz, San Francisco Javier, Nuestra Señora de Loreto, San José y Nuestra Señora de la Concepción.

            Todas estas Misiones Jesuíticas totalizaban alrededor de 60.000 habitantes, de los cuales 50 mil eran indios evangelizados que tenían oficio y dignidad. En San Ignacio Miní, por ejemplo, la destrucción y el genocidio de sus habitantes fue obra de una gruesa columna paraguaya asociada a los lusitanos, enviada para ese fin por el masón e hijo de portugueses Gaspar Rodríguez de Francia. Muchas de las Misiones antes enumeradas nunca más volvieron a crecer, quedando hoy sus ruinas a la vista de todos, y la mayoría de los prisioneros tomados por el comandante Francisco Das Chagas Santos fueron vendidos, una vez en territorio brasileño, como esclavos. Entretanto, mientras se producía el desgarro de los patriotas Guacurarí y Artigas, ni Manuel Belgrano (acusado de complicidad con los portugueses, de acuerdo al Protector de los Pueblos Libres), ni José de San Martín, ni el Directorio (que ejerció su nefasto poder en Buenos Aires desde 1814 a 1820) ni ningún representante del Congreso de Tucumán de 1816 hicieron nada para impedirlo.
           
Ruinas de la ex Misión Jesuítica de San Ignacio Miní. Como tantas otras, nunca más pudo levantarse, todo gracias a que nadie ayudó a José Artigas en su desigual lucha contra los lusitanos (1816-1820).

            Por permitir la destrucción de la vieja Yapeyú, donde fueron quemados sus hogares, establecimientos gubernativos y buena parte de sus archivos, es que hoy no se puede corroborar con certeza que José de San Martín haya nacido en aquella localidad, pues ha desaparecido toda constancia –y entre ellas, su Acta de Nacimiento- para siempre.

            Hay algún dato más sobre las encubiertas animadversiones de San Martín para con Artigas: en la Historia de Belgrano, Tomo IV, Sector Apéndice, de Bartolomé Mitre, como también en el Tomo IV, Sector Apéndice, de la Historia de San Martín, del mismo autor, sobran documentos entre el afrancesado Juan Martín de Pueyrredón y José de San Martín en donde se informan sobre tentativas del primero para sublevar jefes adictos a Artigas, como el delincuente Fructuoso Rivera, el entrerriano Eusebio Hereñú y otros, con la total aprobación del “Libertador” San Martín, y esto mientras inocentemente Artigas ordenaba festejar por sus tropas los triunfos de San Martín en Chile…


Por Gabriel O. Turone


Bibliografía:



-  Meurin S.J., Monseñor León. “Filosofía de la Masonería”, Biblioteca de Filosofía e Historia, NOS, Madrid, 1957.

-  Mitre, Bartolomé. “Historia de Belgrano” e “Historia de San Martín”.

Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996. Copia que obra en mi archivo.

-  Otero, José Pacífico. “Historia del Libertador Don José de San Martín”, Círculo Militar, Buenos Aires 1978.



[1] Hiram es, sin más, el Héroe Principal de la Leyenda Masónica, por lo tanto personifica al arquitecto del Templo de Salomón. A su vez, Hiram recibió el apoyo del Ángel de la Luz y de los Genios del Fuego “para destruir la estúpida raza de Adán”, léase, de los cristianos. (Meurin S.J., Monseñor León. “Filosofía de la Masonería”, NOS, Madrid, 1957)
[2] Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996.
[3] Los Duff eran condes de Fife desde el año 1058. Suspenso por varios siglos, dicho título les fue repuesto en 1759. En 1818, James Duff fue electo miembro del Parlamento británico.
[4] “Mayo Documental”, Universidad de Buenos Aires, Tomo XI, páginas 318 y 319, y “Correspondencia de Lord Strangford”, Archivo General de la Nación, páginas 13 y 14. Las mayúsculas son mías.
[5] El general Antonio González Balcarce fue jefe del Directorio porteño desde el 16 de abril hasta el 9 de julio de 1816.
[6] Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996.

domingo, 8 de julio de 2012

UNA BIOGRAFIA DE DON SEGUNDO RAMIREZ, EL GAUCHO DE GÜIRALDES (POR GABRIEL TURONE)




“Oímos un golpe detenerse frente a la pulpería, luego el chistido persistente que usan los paisanos para calmar un caballo, y la silenciosa silueta de don Segundo Sombra quedó enmarcada en la puerta.
-Güenas tardes –dijo la voz aguda, fácil de reconocer.
-¿Cómo le va, don Pedro?
-Bien ¿y usté, don Segundo?
-Viviendo sin demasiadas penas, graciah’a Dios.
Mientras los hombres se saludaban con las cortesías de uso, miré al recién llegado. (…)
El pecho era vasto, las coyunturas huesudas como las de un potro, los pies cortos con un empeine a lo galleta, las manos gruesas y cuerudas como cascarón de peludo. Su tez era aindiada, sus ojos ligeramente levantados hacia las sienes y pequeños. Para conversar mejor habíase echado atrás el chambergo de ala escasa, descubriendo un flequillo cortado como crin a la altura de las cejas.”

(Don Segundo Sombra, Capítulo II, Ricardo Güiraldes)


Así comienza la obra magna de don Ricardo Güiraldes la descripción del gaucho don Segundo Sombra, apersonándose en la pulpería y siendo recibido por la gente allí agolpada, con cierta aura deslumbrante, como de leyenda. La impresión que las líneas hacen del personaje principal no distan mucho de don Segundo Ramírez, el resero y peón que motivó la invención de uno de los libros más formidables de la literatura criolla.

Ricardo Güiraldes de hecho fue un sensible observador del campo argentino, de la cultura nacida con el gauchaje, posicionado en el seno de una familia de vieja estirpe que convivió con el hombre de la pampa. El escenario de su inspiración fue la famosa estancia familiar “La Porteña” en los pagos de San Antonio de Areco. Dicha estancia tuvo como dueño al primer Intendente de Buenos Aires, don Manuel José Güiraldes Guerricó, padre de Ricardo. De sus frecuentes visitas a Areco, el joven autor de Don Segundo Sombra se empapó de esa patria ancestral y hombres rudos que jamás le escapaban al trabajo campero. Es decir, con fundada razón, que los motivos de la creación de su obra provienen de experiencias vivenciadas en primera persona. Tan así es la cuestión, que el gaucho Sombra existió en la vida real.

Había nacido este paisano el 2 de julio de 1852, aunque con algunas dudas respecto a la localidad. Dentro del tradicionalismo, predomina la versión de que su oriundez le pertenece a Areco; otros, que es sampedrino, y un poco más lejano, que vino al mundo en Coronda, provincia de Santa Fe. Aquí, le han erigido, póstumamente, un monumento en el que se lo ve “sentado, tomando mate, con la vista perdida en el río Coronda”, refresca el autor Miguel Gasparini. Para profundizar la confusión, el propio gaucho Ramírez aseveró en el Registro Civil de San Pedro haber nacido en San Nicolás de los Arroyos. Sus padres eran Juan de Dios Ramírez y doña Venancia Martínez.

Se ha dicho que Segundo Ramírez fue un hombre bueno, pacífico y laborioso. Entre sus oficios, consta que fue jornalero, resero y domador. Era analfabeto y dos veces contrajo nupcias. La primera fue a sus 32 años de edad, en 1884, con una mujer llamada Venancia Ulloa. Su segunda boda lo encontró en sus postrimerías, con doña Petrona Cárdenas, su concubina, que era tan anciana como él. Cárdenas estaba muy enferma y moriría al poco tiempo. Tenía 78 años de edad.

POR LAS ESTANCIAS

Antes de recalar en Areco y saltar involuntariamente a la fama literaria, Segundo Sombra había recorrido diversos pagos de la provincia de Buenos Aires. El primer destino que se le conoce habría sido San Pedro, lugar donde experimentó por primera vez la viudez. Más tarde, emigró a San Antonio de Areco afincándose en varias estancias de la zona. A comienzos del siglo XX (1903), fue peón en “El Flamenco” o “El Doblado Grande” –no se sabe con exactitud-, ambas pertenecientes a la añeja familia Castex.

Luego, tomó contacto por primera vez con los Güiraldes, su entrada a la inmortalidad. Se dice que Ramírez estuvo al cuidado de 8 yeguas en la estancia “La Porteña” y que, terminada su labor, entró a un obraje rural por Zárate, hasta que regresó a Areco, más precisamente al “Puesto La Lechuza” de la estancia “La Fe”, propiedad de José Antonio Güiraldes, hermano del autor de Don Segundo Sombra.

Los que han visto a este gaucho en su vejez, lo recuerdan como una eminencia de otra época, o como afirmaba el propio Ricardo Güiraldes en carta dirigida al pensador Ramiro de Maetzu, un “símbolo racial” por quien sentía profunda admiración y amistad. Un historiador arequense, Ricardo Monserrat, que lo ha conocido al gaucho en sus últimos años de vida siendo un niño, ha dado la siguiente impresión: “(Don Segundo) era pura pinta, un tipo muy particular, después con el tiempo fui elaborando la propia imagen, era la imagen del gaucho de esos tiempos, vestía de chiripá, murió vestido de chiripá”. Y a renglón seguido, afirma: “En San Antonio no le hacían mucho caso, yo le hacía caso porque lo tenía a diez metros todos los días, porque los Monserrat nacimos en una casa donde está ahora el Consejo Escolar”.

El mismo autor nos enseña algunos datos curiosos del último gaucho Ramírez: “Donde ahora está la joyería Oberti estaba el comité del partido Conservador de Don Pepe Güiraldes, y ahí Don Segundo iba todos los días”. Esta actividad fue, según parece, rutina obligada del paisano famoso porque sus fuerzas ya no lo acompañaban para seguir desempeñando las tareas agrestes, por eso su refugio era ahora el pueblo y la visita a sus boliches e instituciones.

Uno de esos reductos en los cuales ginebreaba don Segundo era el Bar “Los Principios”, que todavía existe en la actualidad. Tuvo su origen en 1918 de la mano de dos españoles que se aquerenciaron en San Antonio de Areco. Los primeros dueños, Antonio y Francisco Fernández, hermanos, a la sazón, lo abrieron como un Almacén de Ramos Generales en la esquina de Arellano y Mitre, para mudarse, cuatro años más tarde, a su actual sitial, en Mitre y Moreno.



Quien estas líneas suscribe ha ido en reiteradas ocasiones a este lugar por el que anduvo el mítico don Segundo Ramírez. El dueño de “Los Principios” se llama “Beco” Fernández, Don Beco a secas para los arequenses, hijo de uno de los fundadores del almacén. De hablar pausado, lleno de sabiduría que viene desde los tiempos, me ha mostrado con infinito orgullo pueblerino dos imágenes fotográficas sacadas en el interior de “Los Principios” y en las que aparece la humanidad del gaucho de Güiraldes. Aquí me dignaré en publicar, por primera vez, una de esas anónimas impresiones que hay de Don Segundo Sombra.

La foto en cuestión, me ha confesado Don Beco, sería del año 1930. El primero de la izquierda, de camisa blanca y serena mirada, es el padre de “Beco”. Don Segundo Ramírez, en cambio, es el primero comenzando desde la derecha. La descripción que de él hiciera en la épica gauchesca Ricardo Güiraldes, se parece en mucho a su versión de carne y huesos: es una prueba inequívoca de que el personaje no fue únicamente de ficción.

Nótese, además, que como buen hombre de tierra adentro está despuntando una copita de giniebra, ritual casi perdido de nuestro campo macho que es imitado por otros que yacen parados junto a él al lado de la barra antigua. En el análisis de esta imagen no escapan otros elementos maravillosos: mezclados entre el gauchaje hay también algunos hombres vestidos de traje y corbata, como en anhelada conjunción de estilos y valores. Una foto así, habría provocado el total rechazo del sanjuanino Sarmiento, sin lugar a dudas, para quien de veras existían aquellos distingos entre la “barbarie” y la “civilización”.

La fisonomía de “Los Principios” no ha variado demasiado. Todavía puede apreciarse, para quien se acerque a este mojón de la patria gaucha, el añejo mostrador donde alguna vez se acodó don Segundo Ramírez en sus últimos años de vida. Y aquel que quiera atender sus necesidades fisiológicas –particularmente los varones-, en los fondos del almacén todavía existe, en medio de los árboles y la civilidad campera, una suerte de tapera para tal fin. O sea, un baño a la vieja usanza.

Ricardo Güiraldes fallece casi una década antes que su amigo Ramírez, el 8 de octubre de 1927, en París, y como nos lo recuerda Gasparini, “el 15 de noviembre de 1927 Don Segundo encabezó el desfile de paisanos que acompañaron el féretro del poeta fallecido (…) a los 41 años de edad. El personaje de la novela sepultaba a su propio autor”.



El deceso de don Segundo Ramírez se produce el 20 de agosto de 1936, cuando contaba 84 años de edad. Su sepulcro es sencillo, y yace en el cementerio de San Antonio de Areco. Descansa el sueño eterno junto a su última esposa, Petrona Cárdenas de Ramírez.


Por Gabriel O. Turone



Bibliografía

-          “Encuentro”, publicación de San Antonio de Areco, Página 6, Junio 2008.
-          Gasparini, Miguel Ángel. “Carne y hueso de Don Segundo Sombra”. www.sanantoniodeareco.com .
-          Güiraldes, Ricardo. “Don Segundo Sombra”, Bureau Editor, Argentina, Abril 2000.
-          Fotografía de don Segundo Sombra y parroquianos, Gentileza “Beco” Fernández.

martes, 27 de marzo de 2012

BOVEDAS FEDERALES EN EL CEMENTERIO DEL SUR (FLORES), POR GABRIEL TURONE*


Sepulcro de la "Familia Flores".


Tarde gris, fría, y por momentos lluviosa. Esas fueron las condiciones que me tocaron en suerte para hacer una escapada revisionista al viejo Cementerio del Sur, popularizado en nuestros días como “Cementerio de Flores”. Está ubicado en el Bajo Flores, zona del querido barrio federal que se pobló, a finales del siglo XIX, de chatarreros y vascos lecheros. Antes, fue lugar de graserías y mataderos, y de un bañado que luego fue tapado para dar lugar, entre otros, al camposanto que quería visitar.

Advertido de que allí reposaban algunos Federales Netos de los tiempos de Juan Manuel de Rosas, me dirigí en busca de esos sepulcros, sin reponer en las hostilidades del tiempo ni en el peligro que las calles adyacentes al lugar a menudo deparan. La búsqueda incesante de lugares olvidados –que suelen ser los espacios físicos predilectos de todo revisionista- permite cierto grado de arrojo e inconciencia.

El resultado de esa excursión, que la hice a nombre de la entidad que honrosamente presido, Jóvenes Revisionistas, son las fotografías que aquí adjunto para mejor entender el relato que hago sobre las mismas. Fui muñido de mi Credencial de Investigador, por si alguien me impedía sacar fotografías al sector de las bóvedas y los nichos. Iba con un trozo de papel garabateado que recopilaba algunos nombres de sepulcros (en el Cementerio del Sur hay unas 850 bóvedas) y con el entusiasmo de un niño. Cámara en mano, un anotador y mi mochila: equipo completo para salir al ruedo.


Y detengo aquí la perorata, para ir a las imágenes y a lo que las mismas me dejaron:



1. BOVEDA DE LA FAMILIA FLORES



El sector de las bóvedas del Cementerio del Sur está dividido en 4 sectores, separados en dos partes por un amplio pasillo que, en sus primeros tramos, es un bulevar. Éste se inicia ni bien uno traspasa el arco neoclásico que es donde, en la actualidad, yacen las oficinas administrativas del lugar. Al fondo del camino-bulevar se levanta, solitaria pero modesta, la bóveda de la “Familia Flores”.

Esta sepultura es el punto de referencia para saber manejarse dentro esta zona. Es un templete que tiene, a simple vista, formas neoclásicas y columnas dóricas, con terminación de una Virgen en la cúspide. Construido en 1868, el sepulcro contiene los restos mortales del fundador del pueblo de San José de Flores, don Ramón Francisco Flores, que había sido adoptado por don Juan Diego Flores. A la muerte de su éste, Ramón Francisco decidió fundar un pueblo que llevara el nombre de su padre. Así nace San José de Flores, cuyo epicentro fue una extensa chacra que Juan Diego Flores había adquirido en el año 1776.


Uno de los 3 hijos de Ramón fue José María Flores, quien nació en el año 1800, y llegó a ser general de Juan Manuel de Rosas y héroe de varias de las batallas más significativas de aquel período. Participó en la Campaña al Desierto (1833-34), en Mazau (1841), Rodeo del Medio (1841), Colastiné (1842), Arroyo Grande (diciembre de 1842), Paso del Molino (Uruguay, 1847) y Caseros (1852), entre otros. En octubre de 1851, el general Flores no se vendió al dinero británico-brasileño que Urquiza puso a disposición del general Manuel Oribe para rendir incondicionalmente los ejércitos que éste tenía en el Cerrito, prefiriendo, Flores, regresar a Buenos Aires a ponerse bajo las órdenes de Rosas. Luego, tras la caída del Restaurador, osciló entre las fuerzas unitarias y las que habían quedado de la Confederación Argentina. Pudo haber sido el jefe del levantamiento del general Hilario Lagos, de 1852, pero desistió a último momento con argumentos no del todo convincentes. Falleció pocos años más tarde.



Dentro del sepulcro de la “Familia Flores”, hay una urna de madera que contiene los restos del general José María Flores. Una chapa con forma de escudo, que recubre uno de los lados de la urna, contiene la siguiente leyenda: “RESTOS DEL GENERAL Dn JOSE Ma FLORES – FALLECIO EN EL ROSARIO EL 11 DE OCTUBRE DE 1856 – SU INCONSOLABLE ESPOSA LE DEDICA ESTE RECUERDO.” El general Flores había contraído nupcias con la señora María del Rosario Saraví, quien el 12 de agosto de 1867 obtuvo una pensión militar por la muerte de su cónyuge.


No sabemos, a ciencia cierta, si aún quedan descendientes de esta familia noble y de estirpe guerrera al presente. Y aunque en la urna donde yacen los restos del general Flores hay dos carteles con frases religiosas y con sendas imágenes de Jesucristo, el estado poco cuidado del sepulcro daría la pauta de que hace tiempo que nadie se ha acercado para mantenerlo en mejores condiciones.


Por último, notamos que la fachada de la bóveda familiar tiene una placa de mármol de grandes proporciones, en donde se lee: “AQUÍ YACEN LOS RESTOS MORTALES DE LA FAMILIA DE FLORES FUNDADORES DE ESTE PUEBLO”.



Recuérdese que Flores dejó de ser pueblo y partido recién en 1887, por Ley del 27 de septiembre de ese año, cuando sus terrenos jurisdiccionales pasaron al ámbito de la recientemente conformada Capital Federal. Aún hasta la década de 1920, Flores mantenía ciertos resabios de la añeja aristocracia, algunas quintas de antiguas familias federales que sobrevivían y una urbanización que avanzaba de la mano de una incipiente clase media porteña. Y lo que hoy conocemos como Floresta o Liniers eran, entonces, meros arrabales.



2. BOVEDA DE LA FAMILIA TERRERO




De características arquitectónicas similares a la bóveda de la “Familia Flores” es el “SEPULCRO de la FAMILIA de Dn ANTONIO TERRERO”. En la actual nomenclatura del barrio de Flores hay una calle llamada Terrero, y eso porque don Juan Nepomuceno Terrero, el ex socio de Juan Manuel de Rosas, tenía allí una quinta que abarcaba unas 40 hectáreas, la cual estaba limitada por lo que hoy es Rivadavia, Donato Álvarez, Avenida Gaona y Boyacá. Demás está decir, por lo tanto, que en dicha bóveda descansa Juan Nepomuceno y, al menos, uno de sus hijos, Antonio Terrero, gran benefactor del pueblo de San José de Flores, como ya veremos.

En el año 1815, Juan Nepomuceno Terrero había formado junto a Luis Dorrego (hermano del ex gobernador bonaerense Manuel Dorrego) y Juan Manuel de Rosas una razón social denominada “Rosas & Terrero”, dedicada a la explotación ganadera y el acopio de frutos del país, por un lado, y a la salazón de carnes y pescado, por el otro. Este comercio les reportó a los tres muy buenas ganancias, de allí que instalaron un saladero en el primitivo poblado de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires.


De esta forma, comenzaba en el país una industria que hasta entonces era desconocida o estaba muy poco desarrollada. El viejo caserío del saladero quilmeño, en el cual Juan Terrero amasó buena parte de su fortuna personal, era una construcción que databa del año 1778 que lo había construido el padre del general unitario Wenceslao Paunero. Por datos que me han conferido viejos historiadores revisionistas de la zona sur de la provincia bonaerense, ya no quedan vestigios de esta edificación que fue pionera para la vida económica del conurbano y, por qué no, del país todo.




Mientras que en el Cementerio de Flores descansan los restos de Juan Nepomuceno Terrero, uno de sus hijos, Máximo Terrero, reposa en el sector más viejo del cementerio de Southampton, Inglaterra, junto a su esposa, Manuelita Rosas (hija del Restaurador). No obstante, otro descendiente de Juan, don Antonio Terrero, está junto a su padre. Una placa gastada por el tiempo, ubicada en el frente de la bóveda, enaltece su beneficencia y compromiso para con el pueblo de San José de Flores: “A LA MEMORIA DE ANTONIO TERRERO – FUNDADOR DE LOS CAMINOS DE FLORES Y GAUNA – LA COMISION DIRECTIVA - 1882”. Por “Camino de Flores”, se hacía referencia a la actual avenida Rivadavia, también llamada en la época de Rosas como “Camino del General Quiroga” o “Camino Real”. En otros tramos, supo denominarse “Camino de la Federación”.


Ya en 1850, Antonio Terrero inició las gestiones necesarias para que los “Caminos de Flores y Gauna –esta última, llamada hoy avenida Gaona-“ sean pavimentados, y dieciocho años más tarde, fue uno de los mentores para la formación de una sociedad que se encargaría del cuidado y la protección de ambos accesos viales, y de la cual fue su presidente.


Padre e hijo tuvieron sus respectivas quintas en San José de Flores. Juan Nepomuceno falleció en 1865, a los 74 años de edad, heredando una fortuna que rondaba los 60 millones de pesos fuertes de la época, una de las más grandes del mundo, si bien provenía de una familia rica y tradicional de Buenos Aires.



La apariencia de esta bóveda llena de historia, nos hace creer que se trató de una de las primeras que existió en este camposanto de Flores. Su ubicación denota algún prestigio, pues se encuentra pegada a la entrada principal de la zona de las bóvedas, donde ahora funcionan las oficinas de la administración.



3. NICHO DE GABINO EZEIZA



Al no poder encontrar, como hubiese querido, el sepulcro de los “Farías”, en cuyo interior reposa un Juez de Paz de la primera gobernación de Juan Manuel de Rosas, me restó, finalmente, meterme en el sector de los primeros nichos construidos en Flores, ubicados a la derecha de la entrada principal de la zona de las bóvedas.

Dos largos y estrechos pasillos, repletos de flores a ambos costados, cortejan a quien osa buscar a un familiar querido que se encuentra por estos rincones. Como en anteriores oportunidades ya había visitado el sitio donde descansa eternamente el payador Gabino Ezeiza, me fue fácil ubicar el nicho N° 5239. Aquí, la lluvia va opacando el bronce de las placas, y no detiene el corroimiento de las tapas. A mí, personalmente, me resulta el lugar más desolador por cuanto jamás tuvieron estos nichos ningún techo o toldo que los protegiera. Granizos, lluvias torrenciales y soles furiosos hacen estragos en esta suerte de parcela liberada.

Gabino Ezeiza fue uno de los últimos payadores negros que existieron en la República Argentina. Había nacido en el barrio de San Telmo un 3 de febrero de 1858, y siempre se mostró como un auténtico hombre del pueblo. Ramón Doll, notable revisionista, lo conoció en Pehuajó por 1908 ó 1909. Él se referirá a Ezeiza como “de raza africana”, “negro puro”.

Es más conocido por sus insuperables payadas que por su vertiginosa militancia política, la cual a punto estuvo de ponerlo a un paso de la muerte. Cansado de las injusticias provocadas por los conservadores que dominaban el país, Gabino Ezeiza pasó a revistar en las filas de don Hipólito Yrigoyen, con quien empuñó las armas en dos de las tantas revueltas radicales: en la de 1890 (donde la publicación “Fray Mocho” del 20 de octubre de 1916 lo retrató con una espada y con la boina blanca yrigoyenista en aquella jornada) y en la de 1893, en Rosario. Aquí estuvo detenido, tras haber participado del ataque a la aduana que era defendido por una compañía del Regimiento 3 de Infantería del Ejército. En cada oportunidad, llevaba un arma de fuego simulada en el estuche de su guitarra.

Ezeiza siempre vivió una vida típicamente errante, envuelto en payadas a ambos lados del Río de la Plata, como cuando disputó, por varios días, con los uruguayos Juan y Arturo de Nava –padre e hijo-, y con el bonaerense Nemesio Trejo, ya en Buenos Aires. Consustanciado con la causa de la gente humilde, entendió perfectamente que la misma guardaba estrecha relación con el federalismo, por eso a Ezeiza se lo recuerda casi siempre por su hermosa pieza Saludo a Paysandú, payada que improvisó en 1888 en el teatro “Artigas” de Montevideo y ante Arturo de Nava, a quien le ganó. También le cantó a la Revolución de Mayo y a las batallas sanmartinianas de Maipú, Chacabuco y San Lorenzo.

Su actuación improvisada más memorable es, sin embargo, la que protagonizó en 1894 ante su compatriota Pablo J. Vázquez, en Pergamino, provincia de Buenos Aires. Los temas que dio el jurado fueron: El Descubrimiento de América, El Porvenir de la Patria, La Opinión Pública y La Sociedad.

Vivió sus últimos años en el legendario barrio de Flores, en la calle Azul 92, donde actualmente funciona una panadería llamada “Don Gabino”. Allí, una placa de bronce recuerda que esa fue su morada final.

El día de su muerte, Hipólito Yrigoyen había acabado con el fraude, al vencer en las elecciones presidenciales que, por primera vez, estrenaban la obligatoriedad del voto secreto y universal. Héctor Pedro Blomberg, quien llegó a componer a principios del siglo XX temas de alto contenido federal, escribió en una crónica para la revista “Aquí Está”: “En la noche de ese día memorable (12 de octubre de 1916), al saber que el célebre payador había dejado de existir, Hipólito Yrigoyen, el primer presidente radical, guardó silencio un instante, y con los ojos humedecidos dijo estas palabras: -“¡Pobre Gabino!... Él sirvió…””.

Un cartel desvencijado y escrito a mano, puesto a mitad de uno de los pasillos con nichos, rezaba: “Sra./Sr. NO PASE. ESTA LLENO DE ABEJAS”. Supe que por ahí andaba la morada de Ezeiza, y no lo dudé. Omití ese aviso prohibitivo y, sin que nadie me viera, continué caminando pese al acecho zumbador de esos insectos. Gratísima sorpresa me embargó el corazón cuando, al buscar el nicho de este genial y sublime payador de todos los tiempos, noté que un anónimo le había dejado una hermosa flor rosada. Ahí estaba, fresca, limpia, purísima. Alguien anduvo también por estos pasillos grises queriendo honrar la memoria olvidada de Gabino Ezeiza, el vecino de ese Flores misterioso, varonil y gauchesco. Como la última vez, volví a leer la única placa que adorna el nicho del gran payador: “HOMENAJE A DON GABINO EZEIZA TRADICIONALISTA DE O.S.N. – EL PAYADOR Y LOS AMIGOS DEL CANTO – 1916 -12-10- 1951”.

A lo lejos, un grupo de gente se agolpaba con coronas y ramos de flores. Me alejé de donde estaba, mientras bordeaba a la multitud reunida a metros de una parcela que desconocía. Al irme a mi casa, ya estaba pensando en una próxima vuelta a este camposanto, aunque más no sea para encontrar a Farías, el Juez de Paz rosista que todavía permanece en el más injusto de los anonimatos. Y será justicia, sin lugar a dudas.


Por Gabriel O. Turone


Fuentes consultadas:

- Mignelli, José Luis. “El Saladero de Rosas, una reliquia provincial”, Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, N° 31, Buenos Aires, Abril/Junio 1993.
- Ministerio de Cultura, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Flores 200 años. Barrio y Cementerio”, Buenos Aires, 2006.
- Soler Cañas, Luis. “Gabino Ezeiza. Verdad y Leyenda”, Revista Todo es Historia, Año I, N° 2, Junio 1967.
- Yaben, Capitán de Fragata (R) Jacinto R. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”, Tomo II (Cana-Guer), Editorial Metrópolis, Buenos Aires 1938.






* Gabriel Turone es presidente del brazo juvenil del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas", Jóvenes Revisionistas, cargo que asumió en octubre de 2010. Conferencista, ha publicado numerosas publicaciones historiográficas en diversos medios, muchas de las cuales, como ésta, se leen en portales de Internet y en revistas de interés cultural. Fue recientemente designado como miembro del Comité de Redacción de la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas "Juan Manuel de Rosas".