Abilio Manuel Guerra Junqueiro fue, entre otras cosas, un poeta nacido en Portugal en 1850 que a los 46 años de edad escribió una de las más reales y bellas poesías contra el Imperio Británico, de que se tenga noticias. Nosotros como argentinos, entenderemos lo que el portugués ha querido expresar en sus versos, porque hasta nuestros días consideramos, por múltiples ejemplos de sangre y venganza, que ha sido Inglaterra el enemigo declarado de nuestra nacionalidad.
Los ingleses han sido los que desde el génesis mismo de nuestra identidad impulsaron la destrucción de la hispanidad, de nuestros valores, gracias a la activa participación de los traidores que le sirvieron con rotunda pleitesía y devoción.
Haciendo apenas un poco de memoria, recordamos la frase que dijo el primer ministro inglés de madre hebrea, Sir Winston Spencer Churchill, en 1955, ante la Cámara de los Comunes en Londres y tras el golpe de Estado liberal contra Perón ese mismo año: "La caída del tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene para mí tanta importancia como la victoria de la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas del imperio británico no le darán tregua, cuartel ni descanso en vida ni tampoco después de muerto" (En su idioma original: "the fall of the tyrant Perón in Argentina is the greatest reparation of the pride of the Empire, as important for me as the victory in the Second World War, and the forces of the British Empire will not give him any truce, nor will they rest in the fight against him, be he alive or dead.").
Los ingleses fogonearon a sus agentes internos -catalogados con el mote de 'cipayos', que deriva de los hindúes que con las armas en la mano se ponían bajo la tutela de Gran Bretaña- para matar a Manuel Dorrego e iniciar la lucha civil en la Patria; mandaron a pelear a los ejércitos mitristas contra el gauchaje y las montoneras federales; financiaron la destrucción sistemática de Paraguay en el siglo XIX; cooptaron para su beneficio los resortes básicos de la economía nacional desde 1852 a 1943, mediante empréstitos usureros y el tendido de ferrocarriles, principalmente; apoyaron y financiaron la caída de Juan Domingo Perón en 1955; desde Londres, los ingleses colocaron en nuestro país un exorbitante cargamento de armas y municiones, hacia 1975, en pleno accionar de la guerrilla subversiva marxista y las organizaciones de ultraderecha; y el 12 de octubre de 1982, día que para nosotros se celebra el Descubrimiento de América, en las calles londinenses festejaban, con desfiles y todo, la victoria británica en la guerra de las islas Malvinas. Y no nombramos las dos Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 ni los entretelones que disputaron con algunos de los hombres de la Revolución de Mayo de 1810, ni las elucubraciones planificadas por la libre navegación de los ríos en la época de la Confederación Argentina.
No satisfechos con todo ello, nos venimos a enterar que una ONG inglesa, la "British Humanist Association" (BHA), colocará anuncios en los autobúses de Londres con avisos apóstatas que sugieren la inexistencia de Dios, para enero de 2009. Desde luego, esta masónica iniciativa se expandirá por el mundo, como no podía ocurrir de otro modo a un país que fue imperio. Sin ir muy lejos, en los primeros días de diciembre de 2008 tuvo lugar en Rosario, el Primer Congreso Nacional de Ateísmo...
Pero retomando al extinto autor portugués Guerra Junqueiro, su poesía "A Inglaterra" encierra todos los vicios de la Gran Bretaña, los mismos que padecimos y padecemos los argentinos y, por qué no, el mundo entero:
A INGLATERRA (Guerra Junqueiro, 1896)
¡Oh, cínica Inglaterra! ¡Oh, beoda imprudente!
¿Qué deben tus colonias a tu gran corazón?
La hipocresía, la Biblia, el aguardiente:
la mortaja de Cristo les diste, largamente.
Vendes tu amor a metros con tus manos bastardas
y vendes a tu Dios, sólo atenta a tu fin;
de su vieja cruz haces culatas de espingardas,
su cuerpo lo conviertes en pólvora y bombardas,
su sangre la transformas en aguarrás y gin.
Tus apóstoles van, prostituta insolente
con el fin de salvar a la negra ralea
en busca de los negros de oriente y occidente,
bautizándolos en jordanes de aguardiente,
mostrándoles tu Dios en tu hostia: la Guinea.
Tu honra te importa menos que moneda constante
y tu pudor es como un matabel en cueros;
ladrón de cuenta abierta, bárbaro traficante,
entregas a los negros, para hacerlos corderos,
tu Biblia, a cambio de colmillos de elefantes.
Fotografía de finales del siglo XIX, en la que se ven a dos oficiales ingleses rodeados de cipayos hindúes.
Tu religión...tu Biblia...tu Biblia es una agenda
donde en números truecas las virtudes humanas
y un Dios de compra-venta es el Dios de tu ofrenda:
Cristo, resucitado para abrir una tienda
de alcohol, de carbón, de corchos y de panas.
Por las sendas del tiempo, ¡oh, milano dañino!
arda un pueblo a los logros de su estrella polar,
y tú eres el ladrón que le sale al camino
con las mañas del lobo, y el coraje del vino
a exigirle la bolsa para dejarle andar.
Si ves a un pobre, al hombro te echas la carabina;
si ves a un fuerte, callas, y esperas que te dé;
ora pide tu mano, ora asesina,
y es tu orgullo, cobarde bayardo vil de esquina
un tigre que anda a rastras y un lacayo de a pie.
Y sola quedarás en tu isla normanda
con tus viejos barones de los tiempos de Arthur,
devorará tu pecho, como un cáncer, la Irlanda,
y en tu carne has de ver, ¡oh, meretriz nefanda!
que la sangre da lodo, y que el oro da pus.
Y como unos brutales monstruos de pesadilla
en las tristes entrañas de una nave sin rumbo,
a la luz que proyecta la tormenta amarilla,
sientiendo a cada embate que se parte la quilla,
sintiendo que son presa del mar a cada tumbo.
Se degüellan febriles, roncos, dilacerantes,
ardiendo las pupilas en brasas infernales,
panteras contra hienas, osos contra elefantes,
culebras retorciendo los anillos sonantes,
búfalos embistiendo leopardos y chacales.
Asimismo vosotros, dura raza asesina,
sobre la patria nave, que azota el mar rugiendo
habéis de degollaros en feroz degollina
de la que sólo quede, baja densa neblina
y entre charcos de sangre, una gomorra ardiendo.
Y millones, millones de bocas afanadas
han de dilacerarte los miembros con furor
y tu piedra a estallidos, tu carne a puñaladas
han de caer, del mismo látigo ensangrentadas,
entre crujir de huesos y blasfemias de horror...
Sobre tu cuerpo, el Támesis desbordará su risa,
del cuerpo de tu rey comerá un perro hambrón,
tu suelo ha de temblar, maldita pitonisa
y la ralea sin ley, sin Dios y sin razón
rasgará tus entrañas pútridas, Dios millón...!
Bancos, docks, almacenes, prisiones, monumentos,
reventarán, ni resto, ni rastro ha de quedar...
y al fragor que levanten tus últimos lamentos
responderán ¡ladrando! las furias de los vientos,
contestará ¡escupiendo! la ironía del mar...!
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