En una etapa que el Bicentenario que se celebre en el año 2010 no va a tener en cuenta, los porteños se divertían con las corridas de toros y apostaban algún dinero en las riñas de gallos. Estas dos actividades fueron muy típicas en tiempos del Virreinato del Río de la Plata, e inclusive antes de éste, cuando lo que hoy llamamos Argentina se denominaba Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay, el cual formaba parte del Virreinato del Perú.
A modo de aclaración: si la patria en el 2010 tendrá doscientos años de vida, ¿cómo tendríamos que llamar al suelo que pisamos desde el año 1580 y hasta 1810? ¿No hubo país, no hubieron instituciones, educación, ejército, población en ese lapso de tiempo? El origen de la patria es hispánico, criollo y católico, no de la ilustración francesa ni de la masonería británica, como seguramente esto último van a propagar hasta el cansancio.
En 1609 se llevó a cabo la primera corrida de toros en Buenos Aires. El campo de juego se armaba en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo), donde las carretas y los tablones eran colocados en forma de redondel. Cerrada una circunferencia, los criollos se disponían a disfrutar de las acciones. En "Historia de la Policía Federal Argentina", nos dice el Crio. Inspector (R) Francisco Romay que "las autoridades presenciaban el espectáculo desde los balcones del Cabildo".
En 1790, y en virtud del trabajo que llevaba el armado y el desarmado del improvisado "circo" por parte de las pesadas carretas, las autoridades de Buenos Aires le cedieron un permiso a Raimundo Mariño para que construya una plaza de toros en el "Hueco de Monserrat". Finalmente, las quejas del vecindario lograron que, mediante un decreto firmado por el Virrey Gabriel de Avilés y del Fierro el 22 de octubre de 1799, se demoliera la plaza de toros.
Las gestiones hechas por los porteños al virrey indicaban que los toros eran "muy bravos", debido a que provenían de los campos de Chascomús, desde donde huían hacia la ciudad, provocando numerosos perjuicios.
Además, como toda actividad popular manifestada en el "bajo" (donde hoy estaría situada la Avenida Paseo Colón), "el lugar se había convertido en abrigo de malhechores, que al amparo de la oscuridad de la noche y la soledad del mismo, cometían toda clase de tropelías", sostiene la obra sugerida.
Tiempo más tarde, en la plaza del Retiro se mandó construir otro lugar para las corridas de toros, con mejores comodidades y seguridad, pero el entusiasmo ya había menguado. La última corrida que vio la ciudad de Buenos Aires se llevó a cabo el 20 de enero de 1819. Al día siguiente, fue mandado demoler por Juan Martín de Pueyrredón, entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
AQUELLAS RIÑAS DE GALLOS
El primer reñidero data de 1767, y su dueño fue el español Juan José de Alvarado. Según Francisco Romay, este particular lugar era "un local existente en las proximidades del "Hueco de Monserrat"", el cual se ha mencionado anteriormente.
Al igual que las primitivas corridas de toros, las riñas de gallos eran puestas en práctica por los sectores populares del Buenos Aires antiguo. El Cabildo se encargó de cobrar las patentes e impuestos corrspondientes, "pese a lo cual se organizaban riñas clandestinas para eludir los pagos respectivos", se lee en "Historia de la...".
Las riñas de gallos sobrevivieron a las corridas de toros. Sin embargo, una ley de de protección de animales las prohibió terminantemente. La desaparición de esta actividad también se vio forzada por los problemas de inseguridad: el consumo de bebidas fuertes, tal vez propio de un "ambiente de bajo fondo", más el crecimiento de los robos y las peleas demandaban una vigilancia constante.
A pesar de los recaudos que se tomaron durante varios años, la inseguridad fue recrudeciendo, todo lo cual determinó el final de las riñas de gallos, una tradición proveniente de la España conquistadora.
Cochero de fiacre francés, 1853.
De todas formas, las costumbres populares que usaban los pobladores de la vieja Buenos Aires no representaban lo "peor" de nuestra idiosincracia sino lo más genuino. Y no eran un muestrario "bárbaro" únicamente representativo de nuestra criolla forma de vivir, pues, para el caso, también igual de "bárbaros" eran los sectores populares de la Francia imperial. Veamos, sino, la comparación que hacía el viajante francés Alcídes D'Orbigny en 1842 al recorrer el bajo porteño: "Los changadores o faquines, los carretilleros, o carreteros, que a cada paso se encuentran y que saludan a los extranjeros con los más groseros epítetos, no están mucho más mal educados que nuestros cocheros de fiacre y nuestros mozos de cordel...".
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