Palermo de San Benito, según esta reconocida acuarela de Sívori, de 1850. Al fondo, sobresale la residencia imponente. Luego se observan galeras, jinetes, carruajes, el canal, parejas porteñas y soldados federales. Nada más auténticamente argentino que aquello.
Para los panegíricos del teniente general Julio Argentino Roca, referiremos dos errores que ha cometido durante su vida militar y política. Teniendo charreteras de teniente coronel, no dudó en servir a los intereses unitarios que vencieron en Pastos Grandes, en enero de 1869, al coronel federal Felipe Varela, en lo que se constituyó como el último hecho de armas de caudillo catamarqueño en su vida. Un segundo hecho tiene que ver, en parte, con lo que aquí exponemos: mientras se desempeñaba como presidente de la Nación, el 3 de febrero de 1899, a cuarenta y siete años exactos de la batalla de Caseros, Roca manda demoler San Benito de Palermo, la antigua residencia de Juan Manuel de Rosas.
Parece mentira que haya habido una construcción tan simbólica y tan característica de un período que hoy, a como están las cosas, parece de ensueño. Nada, ni la numerología y ni los designios masónicos han podido quitar de la memoria colectiva que en Palermo yacía la residencia del gobernador Rosas, desde donde se impartían todas las órdenes para hacer del suelo patrio el paraíso anhelado por generaciones enteras. Sus bellos jardines, sus caminos interminables, sus edificaciones y sus habitantes ilustres pasaron a la historia como leyendas criollas de muy difícil comparación. Sin embargo, no abundan los detalles que nos permitan obtener nítidas impresiones de todo lo que había en el actual Parque “3 de Febrero”. De eso, pues, se trata esta nota, de hilvanar diferentes relatos históricos que dan cuenta de la belleza del Palacio de San Benito de Palermo, al cual hoy queremos rememorar.
NARANJOS Y PEONES ESPAÑOLES
El 22 de febrero de 1851, el norteamericano Comodoro Mc Keever (comandante en jefe de las fuerzas de estación del Atlántico Sur) tenía que visitar a Juan Manuel de Rosas en su quinta de Palermo. Hasta allí se dirigió junto con el capellán Charles S. Stewart quien, al quedarse sorprendido por la fastuosidad de San Benito de Palermo, hizo las siguientes anotaciones de su paso por el lugar:
“[Tomamos] una ancha y recta avenida macadanizada (empedrada), científicamente construida y en perfecto estado. Está delimitado por una pulida baranda de hierro, bordeada con plantaciones de sauces, y provista de faroles para la iluminación. Es un camino público realizado por Rosas, que se extenderá hasta la ciudad, y que se encuentra todavía en ejecución. Al finalizar una milla y media de recorrido, se conecta con otra avenida parecida pero de mayor hermosura y formando la entrada privada del dominio conduce directamente hasta el frente del domicilio palaciego del Dictador”. Luego, agrega el religioso: “Tiene una milla de largo, jalonada con naranjos entremezclados con los sauces; por otra parte se halla separado del camino público que corre paralelo, por un ancho y profundo canal construido en ladrillo. Este acceso privado está cubierto por conchillas del mar, blancas y duras como el mármol. La polvareda es evitada por el rociado con agua, mientras la hierba de cada costado aparece recortada con el cuidado de un césped inglés, en permanente y constante frescura. Los naranjos están atendidos con sumo cuidado y son frecuentemente lavados hoja por hoja con cepillo y jabón espumoso, por personas especialmente al cuidado de ellos”.
Cuando hace mención de los peones que trabajaban en los jardines de San Benito de Palermo, dirige estas palabras: “A nuestro paso numerosos peones con la alegre y pintoresca vestimenta del país, podían verse absorbidos en esta tarea, subidos en escaleras que les permitían alcanzar todas las partes de los mismos. Igual dedicación se les presta en invierno recubriéndolos para protegerlos de los efectos de las heladas”. Continuaba diciendo el capellán Stewart que “la mayor parte de estos peones eran españoles. Rosas no sólo había empleado españoles en Palermo, sino también en su estancia de Santos Lugares tal como aparece en documentos de 1845”.
ARQUITECTURA DE LA QUINTA: HISPANISMO Y TRADICION
Rarísimo grabado de la vieja residencia de Rosas que apareció en Hamburgo, Alemania, por 1856. Ya no estaba el Restaurador en el poder.Parece mentira que haya habido una construcción tan simbólica y tan característica de un período que hoy, a como están las cosas, parece de ensueño. Nada, ni la numerología y ni los designios masónicos han podido quitar de la memoria colectiva que en Palermo yacía la residencia del gobernador Rosas, desde donde se impartían todas las órdenes para hacer del suelo patrio el paraíso anhelado por generaciones enteras. Sus bellos jardines, sus caminos interminables, sus edificaciones y sus habitantes ilustres pasaron a la historia como leyendas criollas de muy difícil comparación. Sin embargo, no abundan los detalles que nos permitan obtener nítidas impresiones de todo lo que había en el actual Parque “3 de Febrero”. De eso, pues, se trata esta nota, de hilvanar diferentes relatos históricos que dan cuenta de la belleza del Palacio de San Benito de Palermo, al cual hoy queremos rememorar.
NARANJOS Y PEONES ESPAÑOLES
El 22 de febrero de 1851, el norteamericano Comodoro Mc Keever (comandante en jefe de las fuerzas de estación del Atlántico Sur) tenía que visitar a Juan Manuel de Rosas en su quinta de Palermo. Hasta allí se dirigió junto con el capellán Charles S. Stewart quien, al quedarse sorprendido por la fastuosidad de San Benito de Palermo, hizo las siguientes anotaciones de su paso por el lugar:
“[Tomamos] una ancha y recta avenida macadanizada (empedrada), científicamente construida y en perfecto estado. Está delimitado por una pulida baranda de hierro, bordeada con plantaciones de sauces, y provista de faroles para la iluminación. Es un camino público realizado por Rosas, que se extenderá hasta la ciudad, y que se encuentra todavía en ejecución. Al finalizar una milla y media de recorrido, se conecta con otra avenida parecida pero de mayor hermosura y formando la entrada privada del dominio conduce directamente hasta el frente del domicilio palaciego del Dictador”. Luego, agrega el religioso: “Tiene una milla de largo, jalonada con naranjos entremezclados con los sauces; por otra parte se halla separado del camino público que corre paralelo, por un ancho y profundo canal construido en ladrillo. Este acceso privado está cubierto por conchillas del mar, blancas y duras como el mármol. La polvareda es evitada por el rociado con agua, mientras la hierba de cada costado aparece recortada con el cuidado de un césped inglés, en permanente y constante frescura. Los naranjos están atendidos con sumo cuidado y son frecuentemente lavados hoja por hoja con cepillo y jabón espumoso, por personas especialmente al cuidado de ellos”.
Cuando hace mención de los peones que trabajaban en los jardines de San Benito de Palermo, dirige estas palabras: “A nuestro paso numerosos peones con la alegre y pintoresca vestimenta del país, podían verse absorbidos en esta tarea, subidos en escaleras que les permitían alcanzar todas las partes de los mismos. Igual dedicación se les presta en invierno recubriéndolos para protegerlos de los efectos de las heladas”. Continuaba diciendo el capellán Stewart que “la mayor parte de estos peones eran españoles. Rosas no sólo había empleado españoles en Palermo, sino también en su estancia de Santos Lugares tal como aparece en documentos de 1845”.
ARQUITECTURA DE LA QUINTA: HISPANISMO Y TRADICION
Juan Manuel de Rosas le dio a San Benito de Palermo un toque hispanista insospechado. Se dice que la quinta era de estilo neo-colonial o “post-colonial”, según la definición que dio en su momento el arquitecto Nadal Mora. Las construcciones “post-coloniales” eran aborrecidas por los anti-españoles, y fueron señaladas como pasadas de moda. Se estima que el Restaurador de las Leyes se fue a vivir a Palermo en forma definitiva recién en 1848, pues antes vivía entre la residencia y otra casa que estaba ubicada entre las actuales calles de Moreno y Bolívar, en Buenos Aires.
El arquitecto-ingeniero encargado de erigir San Benito de Palermo fue Felipe Senillosa (1783-1858), quien para la época federal había construido importantes edificios en la ciudad portuaria y en la campaña. Una de ellas fue la Iglesia de San José de Flores (no la actual, sino la primera) que tenía grandes rasgos neoclásicos. Hizo otras iglesias como la de Chascomús y Mercedes, a las cuales impregnó de un estilo ligado más que nada a la “tradición pampeana”, según lo esgrimido por los arquitectos Martini y Peña.
La residencia de Palermo que usaba Rosas tenía una “enorme casa de patio central y volumetría chata, rodeada de arquerías romanas que aligeraban su masa, al abrirla hacia los vastos parques que la rodeaban, en una búsqueda de integración con el entorno que también tiene mucho de actitud romántica”, sostenían Martini y Peña en la obra “La ornamentación en la arquitectura de Buenos Aires”. En el mismo sentido consignan que “Palermo puede responder a la denominación de post-colonial. Su planta combina la tradicional casa de patio con un esquema culto, que tanto se encuentra en Serlio como en Durand y que es propio de una mano formada como la de Senillosa”.
Sebastiano Serlio vivió entre el 1475 y el 1554, y fue un notable arquitecto italiano que inspiró a sus colegas argentinos del período hispanista. Para el arquitecto Horacio J. Pando (autor de “Palermo de San Benito”), “Rosas buscó deliberadamente y a conciencia la utilización del colonial como afirmación del propio ser y en repudio del estilismo europeo del momento; precisamente del enemigo que estaba bloqueando al país. El problema planteado, por primera vez, fue el de la “arquitectura nacional”; la búsqueda del estilo propio. Este camino debía encontrarse buscando en la tradición arquitectónica, es decir, en el barroco colonial hispano-americano. Esta posición estaba perfectamente de acuerdo con el romanticismo reinante y el extraordinario interés cultural por las “nacionalidades” y lo tradicional”.
En un tratado que versaba sobre la construcción de la residencia del Restaurador de las Leyes, se afirmaba que el patio central tenía cierto aire de claustro, algo que, para la época, era muy tradicional y doméstico. “La robusta macicez del palacio –dice el tratado en cuestión- se aligeraba en las arquerías, abiertas hacia aquella riqueza exterior de jardines, parques, lagos, montes de árboles frutales y, más lejos, el río más ancho del mundo. Así, integrada la naturaleza con una arquitectura a la vez importante y sobria, dejó Senillosa uno de los mejores testimonios de su sensibilidad de artista”.
ULTIMAS CONSIDERACIONES DEL LUGAR
El palacio de San Benito de Palermo contaba con 16 habitaciones y ocupaba una superficie de 6.000 metros cuadrados. Había sido levantado con ladrillos cocidos montados en mortero de cal, argamasa y cal, proveniente, esta última, de una vieja calera que se hallaba cerca del arroyo Vega y cuyo horno estaba en lo que hoy son las barrancas de Belgrano. Ambas cosas eran de propiedad de los Padres Franciscanos.
Imágenes no tan divulgadas, del día en que el presidente Julio Argentino Roca mandó tirar abajo la residencia de Rosas, el 3 de febrero de 1899. Otra venganza de la masonería para ocultar uno los mejores períodos de nuestra historia patria.El arquitecto-ingeniero encargado de erigir San Benito de Palermo fue Felipe Senillosa (1783-1858), quien para la época federal había construido importantes edificios en la ciudad portuaria y en la campaña. Una de ellas fue la Iglesia de San José de Flores (no la actual, sino la primera) que tenía grandes rasgos neoclásicos. Hizo otras iglesias como la de Chascomús y Mercedes, a las cuales impregnó de un estilo ligado más que nada a la “tradición pampeana”, según lo esgrimido por los arquitectos Martini y Peña.
La residencia de Palermo que usaba Rosas tenía una “enorme casa de patio central y volumetría chata, rodeada de arquerías romanas que aligeraban su masa, al abrirla hacia los vastos parques que la rodeaban, en una búsqueda de integración con el entorno que también tiene mucho de actitud romántica”, sostenían Martini y Peña en la obra “La ornamentación en la arquitectura de Buenos Aires”. En el mismo sentido consignan que “Palermo puede responder a la denominación de post-colonial. Su planta combina la tradicional casa de patio con un esquema culto, que tanto se encuentra en Serlio como en Durand y que es propio de una mano formada como la de Senillosa”.
Sebastiano Serlio vivió entre el 1475 y el 1554, y fue un notable arquitecto italiano que inspiró a sus colegas argentinos del período hispanista. Para el arquitecto Horacio J. Pando (autor de “Palermo de San Benito”), “Rosas buscó deliberadamente y a conciencia la utilización del colonial como afirmación del propio ser y en repudio del estilismo europeo del momento; precisamente del enemigo que estaba bloqueando al país. El problema planteado, por primera vez, fue el de la “arquitectura nacional”; la búsqueda del estilo propio. Este camino debía encontrarse buscando en la tradición arquitectónica, es decir, en el barroco colonial hispano-americano. Esta posición estaba perfectamente de acuerdo con el romanticismo reinante y el extraordinario interés cultural por las “nacionalidades” y lo tradicional”.
En un tratado que versaba sobre la construcción de la residencia del Restaurador de las Leyes, se afirmaba que el patio central tenía cierto aire de claustro, algo que, para la época, era muy tradicional y doméstico. “La robusta macicez del palacio –dice el tratado en cuestión- se aligeraba en las arquerías, abiertas hacia aquella riqueza exterior de jardines, parques, lagos, montes de árboles frutales y, más lejos, el río más ancho del mundo. Así, integrada la naturaleza con una arquitectura a la vez importante y sobria, dejó Senillosa uno de los mejores testimonios de su sensibilidad de artista”.
ULTIMAS CONSIDERACIONES DEL LUGAR
El palacio de San Benito de Palermo contaba con 16 habitaciones y ocupaba una superficie de 6.000 metros cuadrados. Había sido levantado con ladrillos cocidos montados en mortero de cal, argamasa y cal, proveniente, esta última, de una vieja calera que se hallaba cerca del arroyo Vega y cuyo horno estaba en lo que hoy son las barrancas de Belgrano. Ambas cosas eran de propiedad de los Padres Franciscanos.
Estaba pintado de blanco y en la azotea podían verse rejas de hierro de Marsella; los pisos eran de baldosas, y los cielorrasos estaban cubiertos de cal, lo mismo que las puertas y ventanas.
Decíamos que había un total de 16 habitaciones, las que tenían una altura de 5,20 metros. Una característica de las mismas era que estaban construidas en hilera, y que y todas se abrían hacia el patio interno (central). Por el exterior se hallaban vinculadas por pasillos y galerías con arcos de medio punto separados por gruesos pilares de sección rectangular. Otro detalle: por encima había una cornisa recta que separaba el barandal de la azotea que rodeaba la totalidad de la construcción.
Sobre la parte de la residencia que daba al río de la Plata, se ubicaban las habitaciones de doña Manuelita Robustiana Rosas, más precisamente en la galería trasera de la mansión. Cerca de allí pasaba un canal que su padre, el Restaurador, mandó prolongar hasta lo que hoy es la Avenida del Libertador. En los tiempos federales, ese canal fue llamado “Canal de Manuelita”.
En el que suponemos fue el salón de mayores proporciones, había una capilla dedicada a la Purísima Concepción, en la que podía encontrarse al Padre Fernando (también llamado Padre Lozano o Sevilla), quien decía la misa los días domingos.
Para finalizar, diremos que San Benito de Palermo no era un lugar lujoso, y que allí lo que predominaba era el decoro y la calidad. En su interior se hallaban, eso sí, exquisitos espejos venecianos que fascinaban a don Juan Manuel. Los muebles estaban hechos de madera de caoba, las camas eran de bronce y los sofás y las sillas estaban todas tapizadas. Por ejemplo, en las galerías internas se ubicaban bancos de caoba y mecedoras, mientras que el alumbrado se hacía con lámparas de aceite.
Decíamos que había un total de 16 habitaciones, las que tenían una altura de 5,20 metros. Una característica de las mismas era que estaban construidas en hilera, y que y todas se abrían hacia el patio interno (central). Por el exterior se hallaban vinculadas por pasillos y galerías con arcos de medio punto separados por gruesos pilares de sección rectangular. Otro detalle: por encima había una cornisa recta que separaba el barandal de la azotea que rodeaba la totalidad de la construcción.
Sobre la parte de la residencia que daba al río de la Plata, se ubicaban las habitaciones de doña Manuelita Robustiana Rosas, más precisamente en la galería trasera de la mansión. Cerca de allí pasaba un canal que su padre, el Restaurador, mandó prolongar hasta lo que hoy es la Avenida del Libertador. En los tiempos federales, ese canal fue llamado “Canal de Manuelita”.
En el que suponemos fue el salón de mayores proporciones, había una capilla dedicada a la Purísima Concepción, en la que podía encontrarse al Padre Fernando (también llamado Padre Lozano o Sevilla), quien decía la misa los días domingos.
Para finalizar, diremos que San Benito de Palermo no era un lugar lujoso, y que allí lo que predominaba era el decoro y la calidad. En su interior se hallaban, eso sí, exquisitos espejos venecianos que fascinaban a don Juan Manuel. Los muebles estaban hechos de madera de caoba, las camas eran de bronce y los sofás y las sillas estaban todas tapizadas. Por ejemplo, en las galerías internas se ubicaban bancos de caoba y mecedoras, mientras que el alumbrado se hacía con lámparas de aceite.
Otra nota, quizás con igual o mayor extensión que la presente, sería necesaria para narrar cómo eran los festejos y las comidas que se hacían en el palacio de San Benito de Palermo.
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