sábado, 15 de enero de 2011

UN PASEO A CABALLO Y UN ASADO CON GAUCHOS FEDERALES EN 1847

Esta imagen acompañaba la portada de la edición argentina de "Viaje a caballo por las provincias argentinas", de William Mac Cann.

Patria, 1847. Corrían aires más tranquilos ese año: la Coalición del Norte unitaria hacía un lustro que había desaparecido con la muerte de Juan Lavalle, en 1841, y con la fuga del ladrón y traidor general Aráoz de Lamadrid. También había pasado el peligro en el litoral, cuando en Arroyo Grande, en diciembre de 1842, caía derrotado por los ejércitos federales el general Frutos Rivera, teniendo que lanzarse a nado por el río Uruguay, junto a varios de sus oficiales vencidos, para salvar el pellejo.

El corsario italiano Garibaldi también había sido diezmado, pero no derrotado. Todavía seguía conduciendo balaceras infernales contra los ejércitos de la Confederación Argentina por medio del empleo de tácticas de guerrilla, y cuando esto no alcanzaba, molestaba por medio de alguna diplomacia siniestra con sus ‘hermanos’ de la Masonería. Si no nos fallan los cálculos, en 1847 ya no estaba más en el Río de la Plata Giuseppe Garibaldi.

Tratativas de paz auguraban un pronto restablecimiento de las relaciones anglo-francesas con Juan Manuel de Rosas, tras la Guerra del Paraná, tan olvidada como heroica. En Europa se hablaba del Restaurador de las Leyes como de un héroe o un campeón de la soberanía; su administración, catalogada como de las mejores del mundo, causaba admiración.

MEMORIAS DE UN COMERCIANTE INGLES

Quizás no conozcamos ni la mitad de los relatos o escritos dejados por los viajantes en aquellos años federales, en donde brindaron testimonios muy finos y ricos en detalles de lo que fue, sin lugar a dudas, un tiempo glorioso. Algunos pocos se han divulgado, pero recién cuando los gobiernos liberales terminaban su adoctrinamiento pedagógico colonial, que procuraba borrar de la memoria popular lo que había sido el federalismo como expresión política y social.

Mientras eso ocurría en nuestro país, aquellos viajantes que tuvieron la oportunidad de adentrarse en nuestras tierras, publicaban, con asombro, la tierra gaucha que contemplaron con sus vistas y que narraron con sus plumas. Antes de la caída de Rosas, en 1852, en Londres salía un libro que tuvo por título “Viaje a caballo por las provincias argentinas”. Su autor era un comerciante británico llamado William Mac Cann.

Este viajero se hallaba una tarde de 1847 por fronteras sureñas de la provincia de Buenos Aires, y fue entonces que dejó un hermoso relato de todo lo que vio a su alrededor. Es, sin lugar a dudas, la descripción del oasis argentino, del gaucho, el fogón, el indio y los caballos, antes del final de la Santa Federación:


“En las primeras horas de la tarde divisamos, a lo lejos y en lo alto de una loma, una casa de buena apariencia y decidimos llegarnos hasta allí para pasar la noche. Habitaban la casa un hombre soltero y su hermana, que eran los propietarios de la estancia. Como de costumbre, nos invitaron a pasar, ofreciéndonos todo cuanto necesitábamos. La estancia comprendía una legua cuadrada y tenía ganado en abundancia. Como ya nos hallábamos lejos del lugar donde habíamos comprado los caballos, pensamos que podríamos, sin peligro, dejarlos sueltos, y así lo hicimos, pero atamos uno de ellos a soga larga, cerca de la casa. El dueño nos pidió que lleváramos los recados y otros pertrechos a la cocina; era un rancho abierto en sus dos extremos de manera que el viento corría libremente por su interior. En mitad del piso había un espacio cuadrado, como de cuatro pies, formado con huesos de patas de oveja hundidos en el suelo y que sobresalían como tres o cuatro pulgadas. Allí ardía un fuego que se alimentaba con leña, yuyos secos, huesos y grasa. A lo largo de la pared había unos postes bajos, como de dos pies de altura, sobre los que descansaban estacas sujetas con guascas y cubiertas con un gran cuero de buey. Este aparato nos sirvió de cama.

Arreglados nuestros bagajes, y antes de entrarse el sol, salí a dar una vuelta por los alrededores. Encontré hasta doce perros muy grandes, todos pertenecientes a la casa y no fue poca mi sorpresa al encontrarme también con un indio que, según supe después, formaba parte de un grupo llegado de las inmediaciones de Tapalquén (sic) para comprar yeguas destinadas al consumo. La carne de ese animal es el alimento preferido de los salvajes y pueden comprarla muy barata, sobre todo tratándose de yeguas viejas, porque los criollos no se sirven de ellas para montar y el gobierno exige una licencia especial para matarlas…”


EL ASADO

“Después de hace un paseo a pie, que es el mejor descanso cuando se ha viajado mucho a caballo, volví a la cocina; la dueña de casa se ocupaba en preparar la cena. En el fogón había dos asadores inclinados sobre el fuego con sendos costillares de oveja. Uno a uno iban entrando los huéspedes y las personas de la casa; nosotros nos sentamos cerca del fuego sobre unos trozos de madera para observar cómo se preparaba la comida. La mujer cortó en dos partes un zapallo muy grande colocando las mitades boca abajo sobre la ceniza, después llenó cada mitad con ceniza caliente, asándolas con mucha precaución. Por último limpió de cenizas el zapallo con una cuchara de metal y clavó los dos asadores en el piso, en ángulos opuestos del fogón, de manera que cuatro personas de las que allí estábamos podíamos comer cómodamente de un asador. Pusieron un poco más de agua con sal en un asta de buey y rociaron la carne. Una vela colocada en una botella alumbraba el festín. Cuando todo estuvo listo, sacamos los cuchillos y atacamos el asado y el zapallo con mucho apetito. Los indios que estaban en sus toldos, muy cerca de ahí, despacharían sin duda a esa misma hora uno de sus potros. Después de comer tomamos mate, bebida tan necesaria a esta gente como el té a los ingleses. En seguida, los dueños de casa, dándonos las buenas noches, se retiraron a dormir. Los peones se fueron bajo una ramada, al extremo de la casa principal. Nosotros, viéndonos dueños del refectorio, sala de banquetes o cocina, como quiera llamársele, pensamos también en descansar. Don José y yo ocupamos la cama de cuero a que me he referido… Los perros, los gatos y hasta los ratones batallaron hasta el amanecer por asegurar posiciones en el dormitorio. El frío, afortunadamente, nos libró de las pulgas, pero los ladridos, gruñidos y chillidos de los animales perturbaron nuestro sueño toda la noche”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ustedes le están haciendo el juego al duhaldismo y a toda la basura peronista partidocratica conductora de ignorantes de la cual los argentinos ya estamos hartos;
replanteense si son verdaderos nacionalistas o servidores de la democracia y la partidocracia; o mejor armen un partidito y sean más del monton de corruptos cocaleros

gracias

EL NACIONALISMO SIEMPRE DIJO LA VERDAD!

DIOS, PATRIA O MUERTE!