Un premio del que pocos hablan, el que le otorgó una logia masónica de Bélgica a José de San Martín en 1825.
El general José de San Martín vio
cumplida su obra recién con la tranquilidad que le otorgó Juan Manuel de Rosas
a la Confederación
Argentina por 1849/1850, bienio en el cual el Restaurador (para
mí, el único Padre de la Patria
existente con pruebas de rectitud insuperables) logró, merced a la idoneidad de
sus funcionarios y de él mismo, forzar sendos tratados de paz con las potencias
imperiales de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, con saldos favorables
para nosotros. En el orden interno, San Martín se congració con Rosas al
observar, desde la distancia, que el bando anárquico y destructivo de los
unitarios ya había sido herido de muerte prácticamente en 1842. Sin embargo,
antes de la defensa soberana que hiciera Rosas de la patria, San Martín no
había obtenido muchos logros que digamos.
Se
habla con ánimo de hartazgo y no poco de cliché de su obra libertadora en
Chile, Perú y la Argentina ,
no teniéndose en cuenta algunos detalles que fueron pasados por alto, por
empezar, su misterioso abandono del ejército español –al cual servía- para
pasar raudamente a Londres, Inglaterra; venir desde dicho centro de poder
mundial hasta América y emprender, acto seguido, sus batallas por los países
nombrados, para, ya finalmente, retirarse ensombrecido a Europa no tanto por un
acto de grandeza y desprendimiento sino, más bien, por intereses de poder que
desdecían las noblezas principiantes que lo habían supuestamente movilizado.
Las
sombras han seguido en su paso por el Viejo Mundo a San Martín, tal como lo
demuestra el párrafo siguiente de una carta que le dirigió a su amigo el
general Tomás Guido, el 1 de Agosto de 1834, desde París, en donde le dice: “…Ya es tiempo de dejarnos de teorías que
24 años de experiencia no han producido más que calamidades…”. ¿Por qué habría de decir esto San Martín?
¿Cuál fue o dónde estuvo la falla de sus campañas libertadoras? Volvemos a
decirlo: la satisfacción de José de San Martín estuvo representada por la obra
magna del gobernador Juan Manuel de Rosas tiempo más tarde, no antes.
San
Martín tuvo amigos de muy dudosa procedencia, como por ejemplo Alejandro María
de Aguado, mayor del Ejército Español y compañero de aquél cuando prestaba
servicios en la península ibérica. Era el amigo de San Martín miembro de la Masonería y, por lo
mismo, cultor de Hiram[1].
Mencionado en su tiempo como de ascendencia sefardí, Aguado se mantuvo leal al
ejército de España hasta la vil invasión napoleónica de 1808, ocasión que le
permitió traicionar a su patria para pasarse al bando francés, donde combatió
como un encarnizado ateo y jacobino (no olvidemos que las campañas de Napoleón
Bonaparte tuvieron como finalidad la consolidación e institucionalización de lo
acontecido en julio de 1789). Pese a tan indignante pasado, José de San Martín
nombrará a Alejandro María de Aguado, años más tarde, como su albacea y tutor
de sus hijos, de acuerdo a su Testamento.
Otro
gran amigo del “Libertador” fue el coronel Rafael de Riego. Como sucediera con
Aguado, De Riego también traicionaría por la espalda a su patria, España,
merced a su filiación masónica y a los aceitados contactos que mantuvo con
personeros del Gran Oriente de Francia, por entonces dominador absoluto de las
logias masónicas europeas continentales en connivencia con la
Gran Logia Unida de Inglaterra.
Rafael
de Riego actuó y contribuyó con posterioridad al debilitamiento definitivo de la España monárquica: se alzó
en armas en una localidad llamada Cabezas de San Juan el 1° de enero de 1820,
con una miserable finalidad: la de “mantener
al monarca (Fernando VII) como un muñeco de ventrílocuo mientras permanecía
prisionero en su palacio de Madrid y rodeado por una turba de masones. El papel
de Riego era anular a Fernando (VII) y esterilizar a sus fieles, mientras se
debilitaban los ejércitos de ultramar al ponerlos en manos de masones,
llegándose al extremo de mantener “talleres” y logias en los barcos que
llevaban a América oficiales de comando para reducir a los insurgentes”[2]. Esto así lo
certifica, entre otros, el delincuente general Tomás de Iriarte en sus Memorias.
No
es mentira que España ya estaba en sus últimas hacia 1820, por cuanto hago
constar que en ese mismo año las islas Malvinas, antigua posesión de ultramar
española, pasaron a manos de la República
Argentina en razón de que los peninsulares ya no podían
aguantar el artero ataque británico a través de sus masónicos agentes, teniendo
que abandonarlas sin ton ni son. El primer desembarco argentino en Malvinas
tendrá lugar, de hecho, el 6 de noviembre de 1820.
ABANDONO Y PASE A
INGLATERRA
San
Martín, decimos, no fue ajeno a lo que han hecho sus amigos Aguado y Riego,
porque si volvemos sobre sus pasos, el “Libertador” también traicionó a España
al ponerse a jugar con la potencia que deseaba su destrucción: Inglaterra.
Mediante
un ardid consistente en que debía viajar al Perú para atender asuntos
familiares, en pleno asedio de las tropas de Napoleón Bonaparte a España, José
de San Martín se embarca secretamente para Inglaterra vía Portugal, donde
permanecerá unos cuantos meses para “instruirse”. España mientras tanto se
desangraba y perdía su influencia en el mundo. Es decir, San Martín faltó a su
palabra, por cuanto había escrito a sus jefes militares españoles, antes de
fugarse, que por sus “veinte años de
honrados servicios” pedía su baja con goce de fueros y uso de uniforme. Al
decir que viajaba a Perú para la atención de cuestiones familiares, San Martín
incurrió en la violación descarada de su declaración para así poder obtener la
baja del ejército español. Poca moral, añado. Aguado, De Riego y San Martín,
una trilogía que entendió cómo traicionar a España, y encima con uniforme
español.
Ahora, ¿quién reclutó a San Martín
para que viaje a Londres para luego lanzarse insurgentemente en América? Se
señala a un coronel y agente del Foreign Office británico llamado Lord James
Duff, 4to. Conde de Fife.[3]
Indudablemente,
que en Londres se pergeña lo que luego daría en llamarse “La Máscara
de Fernando”, que no fue otra cosa que el empleo de personalidades nacidas
en continente americano quienes, tras recibir “instrucciones”, debían proclamar,
en tiempos acuciantes y desgraciados, la “adhesión
al monarca Fernando VII” (en supuesta lealtad a España) pero que,
solapadamente, lo que se convenía era el total dominio financiero y masónico
anglosajón en América. Y así como en su confección hubo “patriotas americanos”,
también hubo “curas patriotas” (apóstatas de la peor calaña) que fueron cooptados
desde todos los puntos cardinales del antiguo Virreinato del Río de la Plata y alrededores para
servir en el mismo sentido, a saber: Deán Gregorio Funes, Pedro Ignacio Castro
Barros, Servando Teresa de Mier, Cayetano Rodríguez, Manuel Maximiliano
Alberti, etc., etc.
Provincias Unidas del Río de la Plata o Argentina hacia 1816: indios, caudillos federales, ejércitos, godos y portugueses.
Consecuencia
inmediata de “La Máscara de Fernando”
fueron los levantamientos del Alto Perú y Quito, en 1809, y los de Buenos
Aires, Caracas y México en 1810. Con esos antecedentes puestos de manifiesto,
llegaba el tiempo de los experimentados militares americanos para consolidar la
estrategia largamente elucubrada en Inglaterra. En 1812, José de San Martín
emprende la única batalla (que en realidad fue escaramuza) en suelo argentino: la
de San Lorenzo, de apenas un puñado de minutos de duración. Luego, marcharía
hacia Chile y finalmente al Perú.
Un
personaje siniestro, Lord Strangford, de lo más granado del servicio secreto
inglés asentado en Río de Janeiro (ciudad donde ofició de embajador de Su
Majestad Británica), fue la voz cantante en el Río de la Plata de “La Máscara de Fernando”, por cuanto así se lo
hizo saber a los sirvientes que conformaron la Primera Junta de Gobierno de
Mayo de 1810 (Revolución de Mayo). Ni bien tomó el poder la Junta en Buenos Aires,
Strangford les comunica que Inglaterra no le había permitido a él todavía
expresarse sobre el asunto, por cuanto manifiesta “…me ha sido sumamente satisfactorio imponerme de la moderación con que
se han conducido Uds. en este arduo asunto, no menos que los heroicos
sentimientos de lealtad y amor con su Soberano…”. ¿Por qué un agente inglés
como Lord Strangford habría de felicitar a los miembros de la Primera Junta por mantenerse
“leales” al Rey de España Fernando VII? Ahí radica el ardid de “La Máscara de Fernando” que los ingleses
impusieron en toda América Hispana. Y en otra carta de la nutrida
correspondencia Strangford-Primera Junta, el embajador inglés desea mantener la
más absoluta cautela sobre los pasos a seguir, para que nadie desentrañe la
mentira de Mayo de 1810:
“…Uds. pueden descansar (en la seguridad de
que) no serán incomodados de modo alguno siempre que la conducta de esa capital
(Buenos Aires) sea CONSECUENTE Y SE CONSERVE a nombre del Señor Don Fernando
VII y sus legítimos sucesores…”. Luego, agregaba con mucho de cinismo
Strangford: “…la buena causa que
sostienen y la seguridad con que debe contar el rey Don Fernando VII en que,
AUNQUE PERDIDA LA ESPAÑA TODA ,
existen en esa parte de América héroes que defienden enérgicamente sus derechos
y los de la monarquía española…”.[4]
De
aquí en más, limitaré este ensayo a hablar sobre el rol que le cupo a San
Martín una vez vuelto a América en el navío “George Canning”. Antes, quise
contextualizar cómo se fue preparando el terreno para su llegada –y la de los
demás que vinieron con él-, y en qué estado se encontraba España al momento en
que el “Libertador” la deja librada a su suerte en medio de la invasión
napoleónica.
AISLAMIENTO Y ENTREGA
DE LA BANDA ORIENTAL
A
poco de andar la Revolución
de Mayo de 1810, Inglaterra comete una de sus más grandes tretas, retirándole
tácticamente su apoyo a la Primera Junta
de Gobierno ni bien Fernando VII recobra su libertad y es restituido en el
trono español. Tanta incertidumbre, que cunde hondo en el Plata, incita a las
máximas figuras insurgentes de Buenos Aires a reclamar un amparo ante la Corte de Río de Janeiro. La
aceptación de tan infame alianza significa el exterminio de José Artigas quien,
en soledad, enfrentaba a los lusitanos que invadían impunemente la provincia argentina
de la Banda Oriental.
Resuelta esta cuestión, que significaba quitarle a Buenos Aires su máximo
obstáculo para poder continuar con la política de entrega y sumisión, José de
San Martín no tuvo mayores riesgos para emprender su expedición a Chile y el
Perú.
A
todo esto, el Congreso de Tucumán proclamaba una “Independencia” con aires de
fraude, por cuanto allí, en primer lugar, no estaban presentes los congresales
que respondían al Protector de los Pueblos Libres, José Artigas, envuelto, como
se ha dicho, en una guerra sin cuartel y ante el silencio cómplice de los “patriotas”
venidos de Inglaterra unos años antes. Se podría aducir aquí, que San Martín
“desconocía” lo que acontecía en la Banda
Oriental …pero lo mismo es una falsedad tal como lo desentraña
un sanmartiniano de ley como José Pacífico Otero, quien sostiene en su Historia de San Martín (1978), Tomo IV, página 162, que “…nada escapaba a su conocimiento, y así como estaba enterado de todo
lo que sucedía en la capital argentina, lo estaba igualmente de todo aquello
que tenía por teatro las provincias en disidencia militar y política con el
Directorio”. Preguntas: ¿Dónde se situaba el Directorio? En Buenos Aires.
¿Y quién estaba en desacuerdo con el Directorio? Artigas…
Curiosamente,
en el torbellino que se produjo en los años previos a la disolución del Directorio
(1820), uno de los afectados de su conducción fue Antonio González Balcarce[5],
a quien la Junta
de Observación expulsó de su cargo por considerarlo en tratos con los enemigos
de la patria, acusación de la que José de San Martín pareció no hacerse eco por
cuanto galardonó a González Balcarce con el nombramiento de Segundo Jefe del
Ejército de los Andes, participando como tal en las batallas de Cancha Rayada
(1818) y Maipú (1818)…
Más
allá de lo que algunos historiadores revisionistas puedan versar sobre la
amistad de José de San Martín con algunos caudillos federales, entre ellos el
argentino José Artigas, no omitamos que para 1813 “el mismo San Martín, esta vez con el invalorable apoyo de su “hermano”
Alvear (Carlos) y del que a poco pasaría a serlo, José Rondeau, trata de
ganarse, pero por izquierdas, a don José Artigas, y mientras en las notas
oficiales lo llena de elogios, en la correspondencia de internos con ambos
“embajadores de paz” lo señala como a un factor de desorden con el que debe
terminarse”[6]
Con esto, puede aclararse por qué San Martín no brindó jamás su apoyo a
Artigas en la guerra que éste sostuvo entre 1816-1820 contra los portugueses,
quienes, mientras tanto, aniquilaron las pujantes y cristianas Misiones
Jesuíticas del litoral patrio, a saber: San
Ignacio Miní, Corpus Domine, Santa María la Mayor , Yapeyú de los Santos Reyes, Santos
Mártires del Japón, Santos Apóstoles, San Carlos, Santa Ana Candelaria, Santo
Tomé, La Santa Cruz ,
San Francisco Javier, Nuestra Señora de Loreto, San José y Nuestra Señora de la Concepción.
Todas
estas Misiones Jesuíticas totalizaban alrededor de 60.000 habitantes, de los
cuales 50 mil eran indios evangelizados que tenían oficio y dignidad. En San
Ignacio Miní, por ejemplo, la destrucción y el genocidio de sus habitantes fue
obra de una gruesa columna paraguaya asociada a los lusitanos, enviada para ese
fin por el masón e hijo de portugueses Gaspar Rodríguez de Francia. Muchas de
las Misiones antes enumeradas nunca más volvieron a crecer, quedando hoy sus ruinas
a la vista de todos, y la mayoría de los prisioneros tomados por el comandante
Francisco Das Chagas Santos fueron vendidos, una vez en territorio brasileño,
como esclavos. Entretanto, mientras
se producía el desgarro de los patriotas Guacurarí y Artigas, ni Manuel
Belgrano (acusado de complicidad con los portugueses, de acuerdo al Protector
de los Pueblos Libres), ni José de San Martín, ni el Directorio (que ejerció su
nefasto poder en Buenos Aires desde 1814 a 1820) ni ningún representante del
Congreso de Tucumán de 1816 hicieron nada para impedirlo.
Ruinas de la ex Misión Jesuítica de San Ignacio Miní. Como tantas otras, nunca más pudo levantarse, todo gracias a que nadie ayudó a José Artigas en su desigual lucha contra los lusitanos (1816-1820).
Por
permitir la destrucción de la vieja Yapeyú, donde fueron quemados sus hogares,
establecimientos gubernativos y buena parte de sus archivos, es que hoy no se
puede corroborar con certeza que José de San Martín haya nacido en aquella
localidad, pues ha desaparecido toda constancia –y entre ellas, su Acta de
Nacimiento- para siempre.
Por Gabriel O. Turone
Bibliografía:
- Meurin
S.J., Monseñor León. “Filosofía de la Masonería ”, Biblioteca de Filosofía e Historia,
NOS, Madrid, 1957.
- Mitre,
Bartolomé. “Historia de Belgrano” e “Historia de San Martín”.
- Montiel
Belmonte, Jorge F. “Iglesia versus Masonería en América”, Conferencia dictada
en la Segunda Jornada
de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996. Copia que obra en
mi archivo.
- Otero,
José Pacífico. “Historia del Libertador Don José de San Martín”, Círculo
Militar, Buenos Aires 1978.
[1] Hiram es, sin más, el Héroe
Principal de la Leyenda Masónica ,
por lo tanto personifica al arquitecto del Templo de Salomón. A su vez, Hiram
recibió el apoyo del Ángel de la
Luz y de los Genios del Fuego “para destruir la estúpida raza de Adán”, léase, de los cristianos.
(Meurin S.J., Monseñor León. “Filosofía de la Masonería ”, NOS, Madrid,
1957)
[2] Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia
versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia
Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996.
[3] Los
Duff eran condes de Fife desde el año 1058. Suspenso por varios siglos, dicho
título les fue repuesto en 1759. En 1818, James Duff fue electo miembro del
Parlamento británico.
[4] “Mayo Documental”, Universidad de
Buenos Aires, Tomo XI, páginas 318 y 319, y “Correspondencia de Lord
Strangford”, Archivo General de la
Nación , páginas 13 y 14. Las mayúsculas son mías.
[5] El general Antonio González Balcarce
fue jefe del Directorio porteño desde el 16 de abril hasta el 9 de julio de 1816.
[6] Montiel Belmonte, Jorge F. “Iglesia
versus Masonería en América”, Conferencia dictada en la Segunda Jornada de Historia
Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, Marzo 1996.
1 comentario:
Interesante articulo, con un panorama muy distinto del que ofrece la historia oficial.
Sin duda para polemizar largo y tendido.
Historiador aficionado.
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