martes, 24 de marzo de 2009

LOS ENCUENTROS MITICOS DEL CURA BROCHERO Y SANTOS GUAYAMA

[El pasado 17 de marzo se cumplió un nuevo aniversario del natalicio de José Gabriel del Rosario Brochero, el cura gaucho, benefactor de la Patria y misionero que ayudaba a los pobres, a los descarriados de tierra adentro y a los perseguidos gauchos montoneros de otrora. Por eso esta nota. Por eso este humilde recuerdo. Gracias. Agrupación Patriótica AURORA]

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Una imagen poco difundida del cura Brochero en su juventud, montado en un típico burrito cordobés.


Uno de los mejores episodios que la patria gaucha nos ha dejado durante su riquísima existencia fueron los misteriosos y míticos encuentros que, en medio de los montes argentinos, mantuvieron el cura José Gabriel del Rosario Brochero y el teniente coronel montonero Santos Guayama. El primero siempre le tuvo estima y respeto al gaucho rebelde, y por eso le insistió para que regresara a la vida cotidiana. El grito de las montoneras hacía rato que se había silenciado, si bien varios de sus caudillos permanecían escondidos bajo el amparo de su desconfianza e intuición campestres, por eso le temían a las “civilizadas” autoridades, y no era para menos.

El cura gaucho –mote con el que fue apodado popularmente Brochero- estaba próximo a inaugurar una Casa de Ejercicios Espirituales en la Villa del Tránsito, en las sierras de Córdoba, promediando el año 1877. Fueron padres domínicos y jesuitas los primeros en asistir a presenciar aquella obra magnífica que, según cálculos estimados entre 1877 y 1927, vio pasar unas 73.518 personas. Los ejercicios consistían en prácticas de oración y penitencia, y el lugar contaba con una escuela, una iglesia de proporciones grandes, una plaza, tomas de agua, canales propios y numerosos campos de cultivos. Sin lugar a dudas, haber instalado en un lugar tan postergado semejante obra de caridad le proporcionó al cura Brochero el reconocimiento póstumo de que hoy goza su trayectoria.

Sin embargo, José Gabriel Brochero anhelaba inaugurar las sesiones espirituales contando con la presencia de su amigo José Santos Guayama, el viejo guerrero de la montonera gaucha que, hacia 1877, era perseguido tenazmente por las tropas unitarias. No era mentira la amistad entrañable entre estas dos personalidades de tierra adentro. En un célebre documento en que enumera a los cuatro grandes amigos de su vida, Brochero incluye a Guayama.

Pero no iba a ser sencillo atraer al indómito montonero para que sea parte de la inauguración de la Casa de Ejercicios que había montado, con mucho esfuerzo, el cura Brochero, pues Santos Guayama era un prófugo de la ley y porque su cabeza tenía precio. Domingo Faustino Sarmiento, mientras fue presidente de la Nación, se lo había puesto, y nada podía rectificar la injusta medida. Fue por ello que Brochero buscó infructuosamente la redención de su amigo Santos Guayama, y se internó en el desierto, en su zona de influencia. Viajó hasta el noroeste argentino, entregándose a una inmensa tarea evangelizadora que podía costarle la vida. El presbítero Pedro Aguirre López llegó a sentenciarlo así al cura gaucho: “Su enjundia de sacerdote y hombre criollo aparece en toda la prestancia del apóstol abnegado y celoso, que olvida los peligros para conquistar un alma para el bien y el honor. Nadie, ningún jefe militar, ningún civil, ningún sacerdote, se habría atrevido a internarse en el desierto en búsqueda de la oveja perdida. Sólo Brochero pudo hacerlo”.

José Gabriel Brochero estaba empeñado en hacer gestiones para conseguir un indulto para Guayama y asegurarle de tal modo la existencia. De paso, lo invitó a su Casa de Ejercicios Espirituales como una forma de hacer el bien y para ayudar, sin el empleo de las armas, a otros desgraciados que en la nueva Argentina liberal parecían no tener cabida. Es decir que, Brochero “se propuso desarmarlo y hacerlo entrar a la vida civilizada de trabajo y de sosiego” a Guayama, sugiere el historiador Ramón J. Cárcano.


Camino a las tierras de Guayama

Vagó varios días en solitario el cura criollo por La Rioja, acompañado únicamente por su pensamiento cristiano de ayuda al prójimo. Hay otra versión que indica que Brochero se dirigió a La Rioja acompañado por Rafael Ahumada, un colaborador suyo de la Casa de Ejercicios Espirituales que mientras estaba construyéndose. En esas largas jornadas, los resultados fueron nulos, hasta que un buen día se topó con algunos gauchos que lo frecuentaban a Guayama. José Gabriel Brochero les interrogaba por su jefe, pero un misterioso silencio impedía ubicar el sitio exacto donde se hallaba refugiado. Sin embargo, Brochero jamás se dio por vencido, de allí sus persistentes caminatas en medio de las malezas y campos despoblados.

Cuando los objetivos de su tarea misional empezaban a flaquear, dio con un hombre que era amigo y servidor del gaucho montonero. Esta persona era un hombre de confianza de Guayama, y como tal le prometió conducirlo hasta donde se encontraba, no sin antes prevenirle sobre los riesgos que eso podía acarrearle al cura gaucho. Se asegura que éste consintió la situación sin pensarlo dos veces.

José de los Santos Guayama ya había sido notificado de la presencia de José Gabriel Brochero, por tal motivo sugirió que el inminente encuentro se realice en un bosque espesísimo e impenetrable. El cura se apareció en el lugar indicado de forma puntual, pero el gaucho montonero no asistió a la cita. Eran años de batallas y luchas sangrientas las que le habían enseñado al honrado Guayama a desconfiar de los que ahora querían brindarle su ayuda. Debe considerarse, asimismo, que sus compañeros de lucha murieron asesinados de la forma más despiadada o se habían tenido que ir del país. Las crónicas señalan que Santos Guayama desconfiaba del cura; creía ver en él un hombre manso que se traía consigo una celada.

El sacerdote, por cierto, no era de esos. Él era un criollo que entendía los avatares de los gauchos, y es por eso que levantó una obra que los cobijaba. Incluso, Brochero quería atraer a los antiguos montoneros que aún sobrevivían para que no sigan muriendo envueltos en la impunidad.

Pasados algunos días del primer encuentro fallido, el cura Brochero volvió a tratar de encontrarse con el gaucho Santos Guayama, quien aceptó nuevamente el convite. Esta vez, el religioso iría acompañado del amigo de Guayama que encontró apenas pisó suelo riojano y que le previno de los riesgos en que incurría su misión. En esta ocasión, su escolta haría de intermediario entre el cura y Guayama. Arribados al lugar pactado, ni rastros había del teniente coronel montonero. Entonces Brochero y el amigo de Guayama trazaron un plan: aquél se quedaría en el lugar donde se iba a llevar a cabo la ansiada reunión, mientras que éste, experto baqueano de la zona, trataría de hallar a Santos Guayama y traerlo ante la presencia de Brochero. Y así hicieron, nomás. Como a 200 metros fue encontrado el recio gaucho lagunero, que hacía un buen rato espiaba de lejos a su compañero y al cura.


Cara a cara en medio del monte

Ya anochecía en medio de la nada, y abandonándose en íntima y franca conversación los dos hombres, protagonistas ineludibles de la historia gauchesca de la patria, hablaron largo y tendido. Nadie quiso interrumpir ese momento sublime, de allí la soledad que los rodeó. Aseguró el cura Brochero que lo sorprendió la cultura y la corrección en el habla que mostraba José Santos Guayama. Que, incluso, demostraba cierta elegancia en el vestir. Tenía en la ocasión, asegurará el propio Brochero años más tarde, un chaleco blanco de piqué y gran cadena de oro.

En el transcurso de la entrevista, que fue larga, Guayama acusa signos de remordimiento que quedarán plasmados en una serie de extensos y bien logrados versos que transcribe para dárselos, luego, a Brochero. El primero dice así: “Cuando muere triste el día / y el paisaje entre la bruma / lánguidamente se esfuma. / Tras la larga lejanía / en muda melancolía, / conmigo a solas medito, / hundida en el infinito / la vigilante mirada. / De mi conciencia aterrada / entonces escucho el grito”.

Las propuestas que le hizo el cura Brochero al ex lugarteniente de Felipe Varela eran, más bien, generosas. Le prometió entregarle una estancia con numerosa hacienda, dándole una fuerte participación en sus productos, lo que conseguiría de un acaudalado propietario de su departamento (San Alberto), en la provincia de Córdoba. Al mismo tiempo, Brochero ofreció pagarle todas sus deudas y conseguirle un indulto por parte del Gobierno Nacional. Aseguran que Santos Guayama le pidió más que nada por esto último.

El Monseñor doctor Audino Rodríguez y Olmos dijo acerca de Brochero, al que había conocido personalmente: “Es posible que Guayama en presencia del sacerdote experimentara la tortura de sus remordimientos. Lo único que consta con certeza es que Brochero invitó a Guayama a los Ejercicios, y que Guayama aceptó. Más, estando fuera de la ley, podía ser prendido por cualquiera y sometido al último suplicio. Hizo entonces presente al cura que para ir a los Ejercicios necesitaba de un salvoconducto otorgado por el presidente de la República, documento que tan sólo él podía conseguirle. El cura se comprometió a ello. Y se despidieron”.

El general Julio Argentino Roca, ungido como ministro de Guerra durante ese mismo año de 1877, ante la requisitoria que le hizo Brochero por el indulto para su amigo Guayama, respondió que por parte del Gobierno Nacional no se le molestaría, pero que esto mismo no podía asegurarle respecto a la acción común que podría entablarse ante los tribunales ordinarios.

Los federales de la montonera gaucha que aún sobrevivían dispersos en los desiertos riojanos y sanjuaninos, y que se hallaban bajo la autoridad de Santos Guayama, después que Brochero se despidió, se tranquilizaron y obraron solidariamente con los paisanos pobres de la zona. Todo esto sucedía mientras el religioso buscaba el indulto. Nunca lo conseguiría, al parecer porque no había voluntad política para perdonar a los gauchos montoneros.


El final trágico de Guayama

El esforzado José Gabriel Brochero fue en busca de Guayama una vez más, quizás para darle tranquilidad o para darle esperanzas de que algún día su vida dejaría de correr peligro. Este nuevo encuentro en los montes fue en vano, ya que Guayama mantuvo con firmeza su desconfianza. Ni él ni sus hombres irán a la flamante Casa de Ejercicios Espirituales del cura Brochero en Córdoba, seguramente por temerle a la autoridad.

Fue un momento de flexibilidad que se tomó Guayama, a finales de 1878, mientras caminaba por las calles de San Juan capital, lo que le provocó su captura y su posterior asesinato en el cuartel de San Clemente, el 4 de febrero de 1879. Al enterarse de tan lamentable e inicuo procedimiento, Brochero lloró su pérdida como si se tratara de un familiar.

Así terminaba uno de los capítulos menos divulgados pero no menos encantadores del cura José Gabriel Brochero y del gaucho montonero José Santos Guayama. Nunca más se harían oír las montoneras por los llanos tras la desaparición de Guayama. Y Brochero terminó sus días quemado por su inconmensurable caridad: tras haber atendido a un enfermo de lepra, y por haber compartido un mate amargo con él, contrajo dicha enfermedad. Murió en 1914, ciego y sordo.


Por Tigre Capiango


Bibliografía utilizada:

- Estrada, Marcos. “Martina Chapanay. Realidad y Mito”, Imprenta Varese. Buenos Aires, 1962.

- “Todo es Historia”, Año II, números 20 (Diciembre de 1968) y 23 (Marzo de 1969).

1 comentario:

VERONICA DIFUSORA BROCHERIANA dijo...

GRACIAS POR RECORDAR AL CURITA BROCHERO, SI M,E PERMITEN ME VOY A TOMAR EL ATREVIMIENTO DE PUBLICARLO EN MI SPACE, SOY DIFUSORA DEL CURITA! TENGO MUCHO DEVOSION POR SU VIDA Y SU OBRA
VOY A PONER LA FUENTE! MUCHHAS GRACIAS!POR CONTACTO VERILEONI@GMAIL.COM